Hay 100 mil bolivianos dando vuelta en la ciudad. No hablo
de personas, sino de bolivianos, moneda oficial de Bolivia. En Santa Cruz de la
Sierra, cada día – pienso – se entregan cien mil bolivianos. Pasan de una mano
a otra.
Las manos se encuentran al lado de la acera. Las otras, se
encuentran agarrando el volante. O la cartera. O están de pasajeros. Las
donaciones de a pie. Esas que se hacen cada día. De un momento a otro. Se hacen
por lástima. Por caridad. Por obediencia católica. Religiosa. Estado mental. Lo que
sea. Se hace. Algunos se aprovechan. Otros lo necesitan de verdad.
Entre los que extienden la mano están: los ancianos.
Personas de la tercera edad que están en las calles pidiendo limosna. Se
sostienen por un bastón. Por sus arrugas en la cara. Por la enfermedad que se
les nota. Ellos caminos lento. Se apegan
a los vehículos casi arrastrándose. Van a pie. Van en silla de ruedas. Van tirados
en la acera.
Los otros, son los que están al otro lado de línea de
tiempo. Esos son los niños. Las niñas. Que sometidos por un trance diario, asoman
sus caritas por las ventanillas de los vehículos. Miran adentro. Como si fuera
otro mundo. Asoman su nariz. Dejan ver sus ojeras. Sus ojos tristes. Se alejan
poco a poco. Pero dejan húmedo el vidrio. Siempre extienden la mano. Desdibujada
la sonrisa. La mirada está algo perturbada. No entienden porque lo hacen, pero
lo hacen. Muchos de ellos juegan mientras a pedir. Da el semáforo en verde y
vuelven al palito y tierra. A la tuja de esconderse entre los autos
estacionados. Ellos están semidesnudos. Con la pancita al aire. Con los mocos
que le caen por la boca.
Los discapacitados. Ellos también dejan las manos abiertas
para que les caiga un par de quintos de esa torta de más de cien mil – imagino que
son cien, pueden ser más- algunos están
postrados en sillas de rueda. Otros se sostienen en muletas. Caminan
desprovistos de ritmo, no tienen partes del cuerpo esenciales para trabajar. Están
lisiados. Derrotados de sus armas principales. Sin manos. Sin piernas. Sin ojos.
Caminan por las calles. Se arriman a los pasos cebra. Allí dan de comer a sus
ilusiones. Se corrompen. Olvidan sus desgracias. Se dejan tentar por el dinero
fácil. Sobreviven pidiendo lástima de los demás. Porque ser discapacitado para
algunos es el fin del mundo. No para todos. Si para algunos que ven una oportunidad
de tocar el corazón y el bolsillo del ciudadano.
Están los locos. O los que se hacen los locos. Hablan y
gritan. Vociferan y esquizofrénicos aceleran el paso de muchas personas que se
topan con ellos en las aceras. Muchos no lo son. Se esmeran a escribir un cartelito. A disfrazarse de
ciego. A venderse como paralítico. Enfermo. Muchas familias viven de eso. De actuar
a los demás para que les de pena y, saquen del quintero unas monedas. Es algo
aberrante, simulan estar enfermos de la cabeza para que no les de remordimiento
luego, cuando les toque confesarse y
pedir perdón.
Cien mil bolivianos. O cien mil dólares. O cien mil
intenciones de hacer plata cada día.
(aclaro que el dato es netamente ficticio, no comprobado. Es una aproximación de la cantidad de veces que donamos cada día, peso a peso, a personas que se nos acercan en la calle a pedir limosna. Personalmente yo solo doy a las personas de la tercera edad)
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