“Ayer en el OpenMouth de los
ballesteros, nacieron 150 figurines de los cuales cinco quedaron descamisados
casi al filo del precipicio”.
“Desde Mangul hasta Tegucigalpa
las erupciones habían marcado ese día de tremenda conmoción. Ni la ONU, ni los
viajantes mercantes habían encontrado nada en la filatelia de la embarcación.
Caídos en batalla titularían los tabloides de la época. Pero no fue para tanto.
Ni tanta epístola ni poca monta habían provocado el trabajo sarmiento de la
embarcación que fue denominada de ¨La Muerte¨”
Como si estuviera ante un foro de
miles de personas, hablaba en público, por la alameda de la Avenida Las
América, en la ciudad de Santa Cruz de
la Sierra, cierto día se encontró con su foto titulada en el reverso de
una de las páginas del periódico local más vendido y leído. Se miró y vio a un
tipo que según sus palabras, era un político prolífico que sacaba leyes y
denunciaba estafas al Estado, desde su curul de “Amanecer en Democracia”
elaboraba mítines y defendía la ciudadanía como ningún otro después de Andrés Ibáñez,
grande su locura que ni el mismo se reconocía en el espejo o en los reflejos de
los vitrinales de los restaurantes donde el pasaba todos los días, peor se iba
a reconocer en la plana, semiplana de un periódico, semiperiódico, estampado
como un recuerdo con una bajada de: Locos del recuerdo pasean por la ciudad.
Su rutina era siempre la misma,
decolaba por la Irala, viajaba por la René Moreno y, le daba una vuelta a la
plaza principal, husmeando en los zapatos de los que se sentaban en los
asientos de los lustrabotas. Gatomichi, lo observaba, lo saludaba desde su
lugar al frente de la Alcaldía y el asentía con la mirada y moviendo
ligeramente la cabeza y dejando la pupila en la esquina del ojo, pasaba
abarrotado de periódicos viejos y un sombrero que a veces lo tenía y otras
veces, lo dejaba olvidado sabrá Dios donde. Su traje, como el de un político
ilustre lo delataba, no era un loco cualquiera.
Mientras paseaba sus incipientes
ideas por las aceras de la ciudad, discutía con un vehemente énfasis de
esquizofrénico con alguien más que parecía responderle de manera crónica a sus preguntas tiradas al aire. Los taxistas lo miraban, los turistas le sacaban
foto, los perros lo seguían un par de cuadras, hasta que se daban cuenta que lo
que decía eran incoherencias.
¿Dónde va ese Coronel?, decía,
que se cree que es denunciar por denunciar, que calamidad de las fuerzas
armadas, tener un coronel de tan baja valía, que no recuerda si las armas
salieron o no salieron, si son o no son las que presentaron en la conferencia
de prensa como trofeo de una emboscada bien buscada en el hotel las Américas.
Como va a desafiar al Ministro de Defensa, acusarlo de dejar de ser mojigato y
estrujarse con universitarias, ser mal paria y otras cosas más, gritaba
efusivo, por la calle mercado, cerca de donde era la cárcel en los ochentas,
donde los militares llevaban a los estudiantes que protestaban contra García
Meza.
Los locos en la ciudad se cuentan
con los dedos de la mano pero este es especial, es un loco que lee noticias
todos los días, se da cuenta de lo que pasa y de lo que no pasa. Se sienta a
escuchar conversaciones ajenas, toma café al lado de los cafecitos para
disimular su argucia para entender las situaciones de los empresarios y los
asambleístas que tejen y tejen, ahora con marquetineros y shows armados, toda
la parafernalia que hace a la política nacional, decía uno de los lustreros que
trabajan en la plaza de armas. Es un loco lindo, sabiondo, estudiado. Que conoce
de leyes. Pero algo le pasó, comentaba entre silaba y saliva que se le escurría
entre los dientes que ya no tiene. Desde que estoy yo aquí, no hay otro, que
hable tanto y con tanta seriedad, como
él.