LOS HIJOS DEL EXODO
La década de los abrazos rotos.
750 palabras
Cinco
millones de personas ya habían salido del país, todos escapando del desempleo. Sólo
quedaban las ruinas de una economía que se derrumbaba a cada paso que uno daba.
Los
más inteligentes decidían emigrar al interior del país, los más osados se
lanzaban en aviones repletos al viejo mundo. En ese ir y venir mujeres y
hombres encontraron la excusa perfecta
para acceder al éxodo.
Cinco
millones uno, cinco millones dos. Acaban de desembarcar en Madrid, en el
aeropuerto de Barajas: vaciaron sus carteras, sus maletas, sus pasaportes con
acento latino. Luego de desembarcar, miraron las fotos de sus familias: uno de los fotografiados,
el menor de todos, tenía la cara alegre pero la sonrisa mordida, los ojos
llorosos, no se le notaba, pero ahí estaba, con un nudo en la garganta. Pero
como los éxodos no son lastimeros, más al contrario buscan hacer fuerte a las
personas, Ana, guardó la foto y la metió en el fondo de su cartera.
Sarita,
que amilanada por su certeza de que el paraíso que había dejado no se comparaba
en nada con el viejo continente, decidió apretarse las ganas de volver, mordió
en silencio su miedo, su cicatriz que le rodeaba su memoria, el rostro
deslucido de hermana e hija, y caminó segura de que, por lo menos, le iba a
arrancar una historia de amor al viaje.
Como
ellas, muchos hombres y mujeres, salieron corriendo del país: albañiles,
confeccionistas, arquitectos, ingenieros, licenciados. toda la mano de obra
productiva se volcó a los campos europeos a cosechar naranjas, a pintar casas,
a cuidar ancianos y niños.
Cinco
millones y seguimos contando, al poco tiempo, esa cifra comenzó a borrarse, ya
no se sentía sus ausencias, la gente caminaba más libre, con más espacio en las
ciudades principales, había trabajo pero para comer, había plata pero para
gastar solamente. La plata llegaba en courrier, en sobres metidos en maletas de
viajantes improvisados que de pronto aparecían en las casas de los hijos, de
los esposos, de las esposas que se habían quedado a esperar que el aventurero,
el exiliado por necesidad económica, mande sus euros para convertirlos en
bolivianos.
¡Como
cambió la niña!, comentaba la vecina del barrio, su madre se fue hace cinco
años, y desde entonces que no ha vuelto;
ella tenía diez añitos, ahora baila el vals con sus abuelos; quince años y ya
piensa, que quizá la vida no valga tanto, sin su madre a su lado.
Unos
investigadores, realizaron un estudio y denominaron, a esa cantidad de gente
que emigró y a esa cantidad de gente que se quedó a esperar al emigrado que
vuelva, "los hijos del éxodo". Gente que sufrió de alguna manera la
falta de alguien y no por muerte natural, sino alejamiento físico. Esto afectó
a la estructura de la sociedad, que al tener ciudadanos habitando la ciudad en
estado casi vegetativo, proclive al hedonismo, sucedieron varios cambios en la
estructura de la conciencia colectiva. Eso provocó que haya más gente, que
durante una década, se dedique a esperar, a no producir como debiera una
sociedad que progresa, a dejar que las cosas pasen, como pasa el agua por el
río.
Cinco
millones de personas salieron del país, 10 millones se quedaron esperando a que
vuelvan, dos millones nacieron en esa situación: hijos de niñas olvidadas, de
matrimonios separados por las distancias, de jóvenes indiscretos sin
supervisión adulta, procreando.
Al
finalizar el éxodo, muchos volvieron y encontraron que la ciudad que habían
dejado, que el barrio desde donde habían salido con los pies embarrados, no era
el mismo. Sus historias no le pertenecían, las miradas eran desconfiadas, las
salutaciones inverosímiles. Muchos se quedaron viviendo en el extranjero,
porque decidieron irse con sus familias completas, pero no volvieron a hablar
de la misma manera, porque como alienígenas, pasaron a mejor vida,
involucrándose en una sociedad que los aceptó como una herramienta necesaria.
Cuando
volvieron al país, los aeropuertos se abarrotaron, se mojaron las salas de
espera de tanto llanto concebido como felicidad. Los aviones volvían repletos,
con gente que se había ido de chinela y volvía con acento español, francés,
argentino, diciendo "vale" en vez de “elay”, pronunciando las "eses"
exageradamente, con los ojos curtidos en los naranjales y tomatales.
Muy buen tema, triste realidad...muy necesaria una segunda parte que cuente cómo gran parte de los niños que quedaron se fueron perdiendo en el mundo del vicio, la delincuencia, integrandose a grupos o pandillas que imagino se fueron acercando en busca de afecto, de compañia...de que alguien se interese por sus problemas naturales de adolescente....
ResponderEliminarsi, fue una década perdida. mucha gente se fue y volvió, y creo que en la mayoría de los casos, nada cambió, económicamente digo, porque después, en la estructura familiar, se laceró mucho a una generación que va a quedar marcada por la causas de los destierros innecesarios.
EliminarNadie debería perder un padre o una madre, dejar de ver, separarse, es lo mismo, por la excusa de que es por trabajo. nada sustituye a la familia, ni los euros, ni los dólares ni la voz en un télefono diciendo que ya va a volver.
da para mas el tema. esto solo es un ensayo, de no olvidarnos que pasó algo, que todavía nos afecta.
slds