LA CAÑOTO
Avenue
@750palabras
Cuando
vivíamos por la (Av.) Cañoto, entre la (calle) Isabela católica y Charagua, la
vida era apacible, hermosa, calmada. Las casas tenían patio, la avenida
recién sellada con asfalto, los camellones llenos de árboles algodoneros y Toborochis.
Corrían
los ochentas, cuando la revolución de la hiperinflación había pasado, cuando
salíamos a la calle todavía se sentía el hedor de las botas de los militares y
la hostilidad de la policía. La cárcel quedaba en el centro, a pocas cuadras de
la plaza, y los cuarteles a pocos pasos del segundo anillo.
A
la medianoche, los autos dejaban de pasar, y se escuchaba uno de vez en cuando;
no era como ahora, que los autos no paran toda la noche. Las aceras eran
"caminables", vivía pensando que era el paseo perfecto para la gente
que le gustaba trotar bajo la luz de la luna; ahora, la vida es imposible de
día y de noche, caminar a las cero horas, implica correr el riesgo de ser
asaltado sin más remedio ni el auxilio que el de las sombras nocturnas. Todo
puede ocurrir.
Aunque
en esos tiempos, después de que pasó el turbión como si fuera parte de la
ladera del río Piray, las cosas se fueron empeorando poco a poco, ese lapso de
años (80´s), fueron los mejores para esa parte de la ciudad.
Los
vecinos se conocían, sus hijos jugaban al fútbol en los jardines centrales, los
negocios eran rentables, los bicicleteros colgaban sus bicis viejas y nuevas
para alquilar. Estaba el silpanchero, el gomero de Don Santos, la familia
Becerra que su casa quedaba en la mitad de la esquina y salía hasta la otra
cuadra adyacente.
Nosotros
teníamos un árbol inmenso plantado en el patio, recibía a los visitante con sus
hojas grandes cargadas de resinas con las cuales hacíamos bolas de goma, que
rebotaban hasta el techo donde al final se perdían, También teníamos un perro
llamado Bobby, que nació el mismo año que mi hermano mayor (61), que
había vivido en el campo toda su vida, y de pronto lo hicieron citadino; de
andar por los cañaverales, pasó a andar en las pollerías de los vecinos,
restaurantes administrados por asiáticos. Las ventas (pulpería) eran caseras,
las puertas se abrían hacia arriba quedándose como una especie de toldo, media
agua.
Pero
esa tranquilidad poco a poco se desvanecía. Tres eventos marcaron mi indolencia
pueril y sacaron a relucir la intranquilidad de mi madre para con el lugar.
La
primera fue cuando Percy (15), el nieto de Don Joaquín y la señora Nancy,
después de ver muchas películas de Bruce Lee, en una intrépida jugada de fútbol en el
camellón central de la avenida, actuó como tal, se lanzó hacia la pelota que se
metía debajo de los autos, corriendo y salvándola; en consecuencia, un Datsun
rojo, lo levantó de un golpe, cayendo en el capot y rebotando en el asfalto
caliente de esa hora.
El
segundo evento que me fue cambiando la visión del lugar, fue el asalto a la
familia Valdivia, que vivían en la esquina, aprovechando que tenían espacio
para poner un restaurante, dejaron cocinando unas salchichas para vender
panchitos afuera del lugar; cerca de la medianoche, unos jovenzuelos pasados de
copa, agarraron la tira de embutidos y corrieron con ellos como perros
asaltando la carnicería; no tomaron en cuenta que el hermano mayor de los Valdivia
había salido campeón departamental de lucha libre y que tenía una fuerza
descomunal, a pesar de su tamaño (1.60 mts). No corrió más de 30 metros el
avezado ladrón: sintió que lo agarraban del cuello, lo tiraban al piso y le
ponían la bota texana en la cara. Los golpes se escucharon tan fuerte, que los
vecinos salieron a ver la lucha libre afuera de la casa. Lo tiraba al piso, lo
levantaba de nuevo, lo dejaba caer poniéndole la bota en la oreja.
El
tercer evento que no dejó que duerma durante mucho tiempo, sin poder cerrar los
ojos y cargar esa imagen, fue cuando atropellaron a un anciano a pocos metros
de la casa. Los autos, al no haber demasiado tráfico en el horario nocturno y a
la falta de existencia de un semáforo como los hay ahora, pasaban corriendo a más de cien por hora,
esa noche, para desgracia del infortunado anciano, que se prestaba a cruzar la
avenida, tuvo la mala suerte de no ver el bólido, quemando llantas y
desaforado, embestirlo sin gana y gracia. Su cuerpo se elevó por lo cielos y su
cabeza fue a golpearse precisamente al filo de la acera. Sus sesos salpicaron
en la jardinera y el silencio de la noche quedó contrastado con el frenazo de
las llantas del auto, que al segundo de lo sucedido, emprendió viaje nuevamente
para perderse en el olvido.
Hoy
en día, caminar por la (av) Cañoto, es toparse con un nido de prostitutas y travestis
ofreciendo sus servicios amatorios, peleándose el lugar; es enfrentarse con los
palomillos, cleferos o carteristas que deambulan perdidos sin saber que hacer. Es arriesgarse a ser víctima de las trancaderas, de los malos
olores de los restaurantes que aun ofrecen pollo a la brasa y a la broasted
altamente tóxicos.
Sigue
el viejo Pollo Moderno, los budines y mocochinchis del Kiosco Beni, la ventita
de la esquina llamada "La Tapera" y los recuerdos de aquel lugar
apacible que un día fue.
No hay comentarios:
Publicar un comentario