BETO: EL BASURERO DE NORMANDIA
El
hombre que vive de lo que los demás botan
750palabras
Vivía
escarbando la basura desde ya hacía mucho tiempo atrás, desde 1983 cuentan los
que saben, desde los días en que el rio se puso bravo y se entró a la ciudad e inundó
todo.
Las
bolsas de basura eran su pasión, no podía ver una sin llevarse la mano a la
boca para lamerse las babas. Era así: cuentan que tenía (tiene) una enfermedad;
"un talento innato", explicaba una de sus vecinas, porque no
cualquiera encuentra un paquete de dinero en fajos de cien tirado en pleno
basurero.
Roberto
tenía 15 años cuando descubrió el placer y el talento de ejercer el oficio de
basurero. Desde aquel día sábado que se quedó escarbando en el basural que se
había formado en la posa central del barrio; en vez de ir a jugar a la canchita
como religiosamente hacíamos todos los muchachos de la zona.
La
alcaldía, que entre otras necesidades, tenía que tapar el Curichi más famoso de
la cuadra con lo que sea, no tuvo mejor idea que botar en el hueco semiprofundo
de la laguna artificial, la basura que desechaban los vecinos de la ciudad: por
esos años, el censo indicaba que no pasaban de los novecientos mil habitante en
todo el esqueleto de la urbe. Ese día, el cielo estaba encapotado, el viento
nos pegaba a la cara anunciando una lluvia de norte, y Roberto, dominado por un
instinto que lo llevó a quedarse a escarbar entre la basura, encontró un tesoro
escondido en la última volquetada de basura descargada.
El
descubrimiento fue íntimo: cuenta que primero vio una bolsa negra, no le dio
importancia, porque pensó que era carne podrida o papel de baño, porque el olor
nauseabundo lo tenía; pero su voz interior lo hizo agarrarla, zarandearla, para
ver caer, primero un billete, luego un fajo, y al final, abrir desesperadamente
el cofre de plástico, para encontrar diez mil pesos. Salió corriendo directo a
su casa, que no quedaba a más de dos cuadras, enloquecido volvió para verificar
si no había más. A la semana estrenó bici, con llantas pantaneras BMX
Desde
ese día, desde esa mañana, sentí que perdimos a un amigo, a un compañero de
equipo, de cancha, porque Roberto, no volvió a ser el muchacho jocoso que se
divertía jugando pelota con los pies descalzos.
Pasaron
los años, y "Beto" como le decía su mamá, seguía encontrando cosas en
el basural del barrio: Reloj, cadenas, llantas, cuadernos, libros de español -
Guaraní, biblias, espejos rotos. Se dedicó al oficio a tiempo completo, sin
pensarlo dos veces. Se levantaba a las
seis de la mañana, se cambiaba para ir al colegio, desayunaba, agarraba los
cuadernos, y en vez de tomar la ruta para ir al establecimiento educativo, se
dirigía directamente al basural del barrio, que cada vez era menos, porque el
municipio había decidido limpiar el lugar.
La
desesperación de Beto, al no tener el basural cerca de su casa, un basural como
Dios manda, empezó a hurgar en las bolsas que sacaban los vecinos, que dejaban
colgadas en las rejas de las casas, para que los perros no la muerdan y la
escarben; pero él, al igual que los caballos y las vacas que pasaban por el
barrio: con el hocico, la cabeza rumiante y las manos de Beto, deshacían la
envoltura de mierda, desperdicios y cosas que no tenían arreglos.
Al
poco tiempo, desde el concejo municipal, decidieron abrir un vertedero, lo
llamaron Normandía, quedaba al sur este de la ciudad, entre el naciente sol y
el plan 3000, proyecto de urbanización para gente afectada por el turbión. Beto
al saber eso, agarró sus ropas y todos sus bártulos encontrados en la basura y,
se fue a vivir con los Suchas que comenzaron a pulular por el lugar. Fue el
primero en llegar al barrio, cuentan los vecinos de Paurito, pueblo aledaño, no
había ni avenida cuando él llegó con el primer camión de basura. Dicen los que
lo vieron arribar: lucía como capitán de
un barco pirata desembarcando a una isla desierta solo para él, con la frente en alto, levantando la nariz,
aspirando el aire que emanaban los camiones.
Se
volvió un experto: cada día se revolvía la basura de un barrio completo. Luego
los clasificó por distrito; decía: a mí me gusta mucho la basura que llega del
distrito 5, donde viven los nuevos riquitos de la ciudad, los de Equipetrol,
encuentras manjares entre sus bolsas de supermercado, zapatos de medios uso, y
alijos de coca metidos en ceniceros Árabes; los que no tienen nada bueno, pero
de vez en cuando traen alguna sorpresa, son las basuras que traen del distrito
9, se nota que por esa zona son pobres, sus bolsas de basura son menores y cada
vez que escarbo encuentro botellas de cerveza quebradas, bolsas de azúcar
llenas de mierda y juguetes hechos a mano, trompos y bicu bicu destruidos.
Los
del distrito 11, son los más agradables, casi siempre, la basura viene con
helados un poco derretidos, despedazados por mitades y con uno que otro
televisor en blanco y negro “arreglable”, periódicos, revistas y cajetillas de
cigarrillos rubios.
Normandía - Vertedero municipal Santa Cruz de la Sierra |
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