miércoles, 28 de agosto de 2013

CRÓNICA El terror en la calle Harrington

CRÓNICA
El terror en la calle Harrington

@750palabras


Era difícil explicar por qué el 15 de enero de 1981 iba a ser un mal día.

Camino a la plaza de armas, donde los periódicos se vendían al por mayor, la tembladera de un nerviosismo raro me corría por el cuerpo; solo tenía 7 años, y  comprar el periódico delante de policías que hacían guardia en el Comando Departamental de la institución del orden,  creaba un escalofrío desafiante.

Cinco de la tarde, las habladurías de un golpe de estado ya corrían por las calles, todos tenían el temor del balazo perdido, de la reyerta inevitable, de los conflictos políticos entre los socialistas, los parlamentarios, y los del Estado Mayor. Las portadas de todos los periódicos decían lo mismo, a nadie le importaba que en ese año, previo al mundial de 1982, se diera tanta “bomba” a un tipo que había salido de la bombonera, para llegar al Nou Camp.

Acá las luces se apagaban temprano por miedo a ser reconocido como comunista, los toques de queda eran tales, siempre que te agarraban caminando, y si no estabas en tu sitio te subían al Caimán (camión militar). Por suerte para mí, a los de siete años no le hacían nada.

Mi polerita blanca de elite, con mi shorcito azul de escuelita, mis zapatos Manaco bien lustrado, y mi peinado de gomina con raya a un lado, daba la sensación de una expresión de los años veinte, y la depresión de los gringos.

Mi madre, que llevaba el bolso de lienzo para las compras, asumía que ese día no iba a pasar nada, ante tanto anunciado de una posible guerra civil, lo correcto era refugiarse en la casa. Pero no, no era tal por que las luchas intestinas se daban en La Paz. Ese lugar frio de donde salían las noticias. Por eso los periódicos se vendían al por mayor, porque todo el mundo quería enterarse que pasaba en los 3600 metros de altura.

Primero las noticias llegaron a mansalva vía radial, Don Chevo y compañía anunciaban el terror en la calle Harrington, parecía una serie novelada de esas que daban en las coberturas radiales, tan impresionante y bien elaboradas, con la voz de locutores sacados de películas de ficción, tan rimbombantes que escenificaban todo a la perfección.

Primero la sirena, luego la metralla, los gritos de guerra, las botas moviendo el piso, todo eso en menos de lo que tardaban armar un teletipo en el diario Mayor.

La noticia decía: "al promediar las cinco de la tarde de este fatídico día (15 de enero de 1981)" los miembros escogidos de todas las instituciones del terror se dirigieron a la calle Harrington" lo primero que me imaginé fue la película Harry el sucio, pero no era ni lo más mínimo en comparación.

El cable seguía, "Los del DIN cortan el tráfico, los del DOS (departamento de orden social) cuidan la calle, los del ministerio del interior y del departamento II, penetran las casa donde se hallaban reunidos  los dirigentes Miristas". Por esas obsesiones que uno tiene de niño, y las aflicciones que causan los desajustes hormonales del crecimiento, el miedo me entró por el pis, las ganas de orinar fueron inevitables, el miedo se sentía en el ambiente, nosotros que comprábamos el periódico del diariero de siempre, su radio prendida  a todo volumen nos relató los sucesos que ocurrían en la sede de gobierno; mientras tanto, los golpistas deambulaban por la calle, con gorra y gafas facistas. El terror comenzó a sentirse en el ambiente, otra vez.

La voz del locutor seguía delirando con la noticia: "algunos quedan en la planta baja, pero la mayoría sube al piso donde se encontraban aquellos; todos los represores llevaban chalecos antibalas, luego de muchas precauciones penetran con violencia intimando la rendición de los Miristas"   la palabra que causaba zozobra entre el cúmulo de gente que se fue formando al pasar el relato fue aumentando, mi madre me agarró de la mano con más fuerza; el solo pensar que dos familiares amasaban pan a dos cuadras de la plaza disfrazadas de panaderas pero sin embargo llevaban el códice de los comunistas bajo el brazo, desdibujaba la cara a cualquiera que sean relacionados con ellos.

"José Reyes, uno de los reunidos grita: ¡No disparen, estamos desarmados!", luego de un breve silencio entran todos los del Departamento II y del Ministerio del interior; luego de otro momento de silencio, los represores fingen un griterío, y mientras simulan un enfrentamiento van disparando contra los ocho dirigentes, quienes caen heridos de muerte" al escuchar eso mi madre, agarra el periódico de ese jueves tenebroso y se encaminó por la (calle) Ingavi, bajó la mirada llegando a la (calle) Velasco, sollozaba de temor por la (calle) cordillera, hasta que enderezamos hacia la panadería que quedaba al frente de la casa. Todos tenían la cara de preocupación de esos días, los PM pasaban con  los caimanes, en la (calle) Junín se escuchan gritos y balazos, eran los universitarios que habían salido a protestar a la calle y eran reprimidos de manera violenta.

Caída la noche, mis tías viajaron al galope de un Toyota rojo Land Cruiser modelo 1970 de otro de mis tios y la escondieron en una quinta por la zona de la colorada, al final de la pista del aeropuerto.


El terror en la calle Harrington había dejado estupefacto a más de uno que entendían que el momento histórico había llegado.




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