Santa Cruz de la Sierra está a punto de explotar.
El Bateón es un barrio que queda en el borde de la ciudad. En el octavo anillo de la ciudad, a más de 10 kilometros del centro. Es una aglomeración de gente viviendo a orillas de la miseria. Viven como pueden. Habitan en una avenida que los une con la mentira. Tienen un estadio municipal que une a los mercados con la oferta de lotes. Tierra fácil de vender a crédito.
Hay un niño que juega entre la pobreza y la imaginación. Tiene una espada de madera envainada en la espalda y salta de un barco imaginario desde el mástil que Hondea la bandera cruceña. Imagina y se hunde en su fábula. No se da cuenta que en el estadio hay jugadores de fútbol que también sueñan con jugar en primera. Son las 10 de la mañana. La reserva de Oriente Petrolero entrena en ese momento.
Hablo con el padre de uno de los chicos que sueña ser el arquero. Un muchachito flaco, negro por el trato del sol. Mudo trota alrededor de la cancha, vive en San Julián, pueblo de hombres, en su mayoría, que vinieron del interior del país. Lo creo, porque su padre cuenta que es de Oruro y de Sucre. Por su madre y por su padre.
Lo que no se imaginan esos jugadores, el niño de 5 años que pelea contra piratas en su juego imaginario, los vecinos del nuevo barrio, que esa ciudad donde despiertan cada día, está a punto de explotar.
Cada uno se vende una idea de lo que son. Carne de cañón. Muertos de hambre. Soñadores empedernidos. Qué verán sus ojos. Que comerán sus ansias. Atraviesan ese barrio casi con los ojos cerrados. No imaginan que, en 30 años, aumentará la población, se quebrarán los tabiques de la desigualdad, como una represa, inundará sus barrios y sus ilusiones.
Neo capitalismo. Neo socialismo. "Neo tecnologismo". No entienden nada. Viven soñando que todo cambiará, pero por inercia. Ellos se mueven en el bateón. Callados pero gritando. Quiero ser pirata. Quiero ser profesional del fútbol. Quiero el botín del barco mercante. Quiero ganar veinte mil, como jugador de primera. Pero el bateón, seguirá siendo pobre, con ricos provisionales. Amarrados a deudas. Confiscados por la idiosincracia.
Un informe, de un periódico que publica a nivel mundial, pronostica que Santa Cruz será una de las ciudades con mayor crecimiento. Que millones de personas vivirán en la clase media. No dicen como. Pero aún así la promocionan como tal. Y los sueños crecen. La miseria también.
La suma es fácil: mala educación, bajos salarios, crece demográficamente la mancha urbana, manchada de pobreza vertiginosa, aumentan los capitales, promocionan más el sueño. Lo que no muestran es la baja tasa de empleo digno, el alto costo de vida. La corrupción galopante, el estruendo de batallas en los barrios que rodean los country clubs. Se amurallan los vecinos. Quedan aislados entre casas de cartón, cuartos de alquiler, con baños compartidos. Miradas perdidas. Hackean la cultura. Ponen un algoritmo siniestro. No suma, resta. Disminuye la calidad de vida. Aumentan las oportunidades, pero son como ave de rapiña. Comen de los huesos de los enfermos, que caen en el cemento de las avenidas que atraviesan los barrios como el Bateón.
Al otro lado del río, entre las colinas del Urubó, las playas artificiales, las canchas de golf, los barrios amurallados, promocionan una mentira, vestida de progreso, a costa de una verdad.
Esas dos mechas, forman parte de un mismo detonante. La falacia escondida, en números falsos, amortizan una deuda, que el futuro nos la va a cobrar.
Mientras Uber se pasea por el Bateón, buscando señal de wifi, para dar con el cliente tecnológico, a pocos pasos, se pasea la miseria, como un zombi.
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