Cuento/micro novela
Ficción
El cielo estaba completamente nublado.
Las gotas de agua de la lluvia torrencial desatada un minuto antes de que me
diera cuenta de que me encontraba solo en aquel lugar me tenían empapado. Lo
único que se lograba distinguir a lo lejos era una casa de dos plantas al fondo
del escenario. No había personas ni animales alrededor. Sólo yo y la tormenta
llena de relámpagos eléctricos que me hacían estremecer. Apenas podía abrir los
ojos por la fuerza del viento que me empujaba de forma imparable. De pronto
sucede algo peculiar que nunca antes lo había vivido ni sentido. Fue totalmente
inusual. Ni en mis peores pesadillas sentí tanta desesperación y al segundo
siguiente calma. Fue tan espantoso y a la vez gratificante. Levanté la mirada al cielo negro que botaba la peor de
las tormentas que haya visto jamás. De manera repentina se forma una columna de lluvia, donde en el interior no llovía. Se
formó algo así como un hueco desde el cielo que tocaba la tierra. Avanzaba con
la misma rapidez que el viento que venía
en mi dirección. No podía hacer nada. Intente correr pero la fuerza del viento
apenas me permitía mover unos centímetros mis pies. Era inexorable el momento
de que me llegue atrapar aquel círculo sin lluvia. Sentí pasar la barrera del
hueco lluvioso y al momento que me absorbió sentí la sensación más gratificante
de calma y tranquilidad. Dentro de ese perfecto túnel horizontal que venía
desde el cielo negro y rozaba la tierra verde no caía una sola gota de agua.
Miré para arriba con cierta dificultad por la
luminosidad con la que aparentaba el firmamento y de pronto escucho el
sonido potente de una voz cantando una canción como aquellas que se escuchan en
los conciertos de los sopranos. Era infinitamente potente acompañada por voces
femeninas que hacían el coro. Fue como las luces de los escenarios que enfocan
con esa luz blanquísima y de pronto iluminan a alguien más y lo dejan a uno en
la total oscuridad. Así pasó en ese momento. Tan rápido como entré, salí. Fue
una fracción de segundos. Antes de que me pase tal fenómeno logré decir dos
veces una palabra. Señor… Señor……. Luego de nuevo la torrencial lluvia me cegó
por un momento hasta que me despertó el susto.
Otra vez me había dormido con el televisor encendido con la pantalla
azul tintineando y reposando mi cuerpo
de espaldas al colchón. Todo seguía igual. Mis libros apilados uno tras otro en
ese librero improvisado, al lado de la computadora. La cama atravesada en el
pequeño cuarto de 3x4. La ventana con el mismo paisaje de siempre. Una calle
polvorienta llena de perros sarnosos
merodeando en la oscuridad y aullándole a las perras en celo. Los vecinos con
sus noctámbulos desquicios de media noche y los serenos cumpliendo su labor de
cómplices del tiempo.
El sentimiento de culpa de los
enamorados es el peor de los suplicios que se presenta en forma de pesadilla.
Las mentiras son espectros desfigurados que nos horrorizan en nuestra mente.
Los deseos incontrolados desatan la peor
de las furias cuando uno se encuentra impotente. La única manera de resolver esas
tragedias que nos acechan por semanas y meses enteros es destruirlos con la
verdad de que nada más pueden hacernos que despertarnos a media noche bañados
en sudor y lágrimas. Pero como siempre el tiempo pone sus vendas curativas
encima de las heridas y de vez en cuando les echa sal.
Antes de salir del trabajo
agarraba el teléfono y marcaba el mismo número de siempre. Un día más en el
calendario de las mujeres abandonadas. Elena pensaba que tal vez debía de
desistir con las llamadas. Se sentaba nuevamente detrás de ese pequeño
escritorio con vista a la calle a pensar en melancolías que le hacían derramar
un par de lágrimas. Pareciera que nada le saliera bien. El próximo miércoles
cumpliría un año más de vida y cinco en ese trabajo que le absorbía las ganas
de vivir minuto a minuto. Veinticinco
años y todavía soltera……. Pensaba—tal vez debería dejarlo todo e irme a otro
país. Era uno de esos pensamientos que
se animaban a cruzar una y otra vez por su mente como insistiendo en la osadía
de hacer lo que ella siempre había querido………viajar y conocer el mundo. Era
difícil tomar ese tipo de decisión sin consultarle primero a su madre. Sacó un cigarrillo del bolsillo de
su camisa y se dispuso a abandonar el nicho de su trabajo. En la calle se
respiraba aire diferente al de esa pequeña caleta que ofrecía artefactos
robados y dejados en prendas por un año o más. Las mujeres de los otros
negocios la miraban pero no le dirigían la palabra. Los hombres le miraban de
reojo el piercing que brotaba de su ombligo y los tatuajes de mariposa en el ocaso de su espalda. Fumaba como chino y
caminaba como si nada le importara. Las miradas indiscretas de las viejas beatas
de la esquina, los piropos de los albañiles de la tienda del frente, las
obsesivas bocinas de los taxis atorados en el tráfico de la hora pico de los
desesperados. Se sentía tan abandonada, nunca había estado tan sola, ni cuando
estaba en el vientre. Su hermano la acompañó durante los ocho meses de embarazo
de su madre en una bolsa al lado de la suya. Ella nació primero y al minuto siguiente llegó el varón.
El sueldo le alcanzaba apenas para sostener la casa y a la familia improvisada
que le aguardaba cada noche. Su madre una mujer inteligente de fuerzas
desvalidas por el paso del tiempo. Durante veinte y cinco años había trabajado
de todo para poder sostener a los cinco
hijos que le heredaron sus dos maridos. Fabiola, Erika, Elena, José Alfredo de
su primer marido; Ikky de su segundo.
Tenía el mal hábito de no poder decir no a todos los favores que le pedían sus
primos, tíos, comadres, compadres, siempre con el mismo tipo de favor. Por
favor carmen…….cuídamelo a mi hijito hasta que yo vuelva...por favor
comadre……cuidámela a mi hijita hasta que regrese de mi viaje al pueblo. Así era
como se iban quedando los nuevos miembros de las familias que primero pagaban
el derecho de piso siendo los que reemplazaban a la servidumbre mal
acostumbrada que nunca existió para luego ser los sobrinos o los hijos
adoptivos de la familia. Vivían de barrio en barrio; de casa en casa. De tanto
mudarse parecía que ya habían vivido en casi todos los barrios de la ciudad.
Escrito en tiempos sin cuarentena
@2004
No hay comentarios:
Publicar un comentario