viernes, 3 de abril de 2020

LA FAMILIA MÁS LOCA DEL MUNDO



Cuento/micro novela
Ficción

El cielo estaba completamente nublado. Las gotas de agua de la lluvia torrencial desatada un minuto antes de que me diera cuenta de que me encontraba solo en aquel lugar me tenían empapado. Lo único que se lograba distinguir a lo lejos era una casa de dos plantas al fondo del escenario. No había personas ni animales alrededor. Sólo yo y la tormenta llena de relámpagos eléctricos que me hacían estremecer. Apenas podía abrir los ojos por la fuerza del viento que me empujaba de forma imparable. De pronto sucede algo peculiar que nunca antes lo había vivido ni sentido. Fue totalmente inusual. Ni en mis peores pesadillas sentí tanta desesperación y al segundo siguiente calma. Fue tan espantoso y a la vez gratificante. Levanté  la mirada al cielo negro que botaba la peor de las tormentas que haya visto jamás. De manera repentina se forma una  columna  de lluvia, donde en el interior no llovía. Se formó algo así como un hueco desde el cielo que tocaba la tierra. Avanzaba con la misma rapidez que el viento que  venía en mi dirección. No podía hacer nada. Intente correr pero la fuerza del viento apenas me permitía mover unos centímetros mis pies. Era inexorable el momento de que me llegue atrapar aquel círculo sin lluvia. Sentí pasar la barrera del hueco lluvioso y al momento que me absorbió sentí la sensación más gratificante de calma y tranquilidad. Dentro de ese perfecto túnel horizontal que venía desde el cielo negro y rozaba la tierra verde no caía una sola gota de agua. Miré para arriba con cierta dificultad por la  luminosidad con la que aparentaba el firmamento y de pronto escucho el sonido potente de una voz cantando una canción como aquellas que se escuchan en los conciertos de los sopranos. Era infinitamente potente acompañada por voces femeninas que hacían el coro. Fue como las luces de los escenarios que enfocan con esa luz blanquísima y de pronto iluminan a alguien más y lo dejan a uno en la total oscuridad. Así pasó en ese momento. Tan rápido como entré, salí. Fue una fracción de segundos. Antes de que me pase tal fenómeno logré decir dos veces una palabra. Señor… Señor……. Luego de nuevo la torrencial lluvia me cegó por un momento hasta que me despertó el susto.  Otra vez me había dormido con el televisor encendido con la pantalla azul tintineando  y reposando mi cuerpo de espaldas al colchón. Todo seguía igual. Mis libros apilados uno tras otro en ese librero improvisado, al lado de la computadora. La cama atravesada en el pequeño cuarto de 3x4. La ventana con el mismo paisaje de siempre. Una calle polvorienta llena de perros  sarnosos merodeando en la oscuridad y aullándole a las perras en celo. Los vecinos con sus noctámbulos desquicios de media noche y los serenos cumpliendo su labor de cómplices del tiempo.

El sentimiento de culpa de los enamorados es el peor de los suplicios que se presenta en forma de pesadilla. Las mentiras son espectros desfigurados que nos horrorizan en nuestra mente. Los deseos incontrolados  desatan la peor de las furias cuando uno se encuentra impotente. La única manera de resolver esas tragedias que nos acechan por semanas y meses enteros es destruirlos con la verdad de que nada más pueden hacernos que despertarnos a media noche bañados en sudor y lágrimas. Pero como siempre el tiempo pone sus vendas curativas encima de las heridas y de vez en cuando les echa sal.

Antes de salir del trabajo agarraba el teléfono y marcaba el mismo número de siempre. Un día más en el calendario de las mujeres abandonadas. Elena pensaba que tal vez debía de desistir con las llamadas. Se sentaba nuevamente detrás de ese pequeño escritorio con vista a la calle a pensar en melancolías que le hacían derramar un par de lágrimas. Pareciera que nada le saliera bien. El próximo miércoles cumpliría un año más de vida y cinco en ese trabajo que le absorbía las ganas de vivir minuto a minuto.  Veinticinco años y todavía soltera……. Pensaba—tal vez debería dejarlo todo e irme a otro país. Era  uno de esos pensamientos que se animaban a cruzar una y otra vez por su mente como insistiendo en la osadía de hacer lo que ella siempre había querido………viajar y conocer el mundo. Era difícil tomar ese tipo de decisión sin consultarle primero  a su madre. Sacó un cigarrillo del bolsillo de su camisa y se dispuso a abandonar el nicho de su trabajo. En la calle se respiraba aire diferente al de esa pequeña caleta que ofrecía artefactos robados y dejados en prendas por un año o más. Las mujeres de los otros negocios la miraban pero no le dirigían la palabra. Los hombres le miraban de reojo el piercing que brotaba de su ombligo y los tatuajes de mariposa  en el ocaso de su espalda. Fumaba como chino y caminaba como si nada le importara. Las miradas indiscretas de las viejas beatas de la esquina, los piropos de los albañiles de la tienda del frente, las obsesivas bocinas de los taxis atorados en el tráfico de la hora pico de los desesperados. Se sentía tan abandonada, nunca había estado tan sola, ni cuando estaba en el vientre. Su hermano la acompañó durante los ocho meses de embarazo de su madre en una bolsa al lado de la suya. Ella nació  primero y al minuto siguiente llegó el varón. El sueldo le alcanzaba apenas para sostener la casa y a la familia improvisada que le aguardaba cada noche. Su madre una mujer inteligente de fuerzas desvalidas por el paso del tiempo. Durante veinte y cinco años había trabajado de todo para  poder sostener a los cinco hijos que le heredaron sus dos maridos. Fabiola, Erika, Elena, José Alfredo de su  primer marido; Ikky de su segundo. Tenía el mal hábito de no poder decir no a todos los favores que le pedían sus primos, tíos, comadres, compadres, siempre con el mismo tipo de favor. Por favor carmen…….cuídamelo a mi hijito hasta que yo vuelva...por favor comadre……cuidámela a mi hijita hasta que regrese de mi viaje al pueblo. Así era como se iban quedando los nuevos miembros de las familias que primero pagaban el derecho de piso siendo los que reemplazaban a la servidumbre mal acostumbrada que nunca existió para luego ser los sobrinos o los hijos adoptivos de la familia. Vivían de barrio en barrio; de casa en casa. De tanto mudarse parecía que ya habían vivido en casi todos los barrios de la ciudad.









Escrito en tiempos sin cuarentena
@2004

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