El sistema educativo falló. No hace
falta que lo diga yo. Todos lo sabemos.
Cuando me preguntan qué tipo de
blog hago en estas páginas digitales les digo: es un blog personal. Es una
visión mía del mundo. De las cosas que me rodean. De la forma como percibo las
cosas. Estén erradas o no. Es un proceso de creación y de identificación con mi
entorno y espero que para el que entre a leer en este espacio también encuentre
algo que le sea importante. Algo que le aporte. Que le sea de beneficio.
Por lo tanto es un blog de
opinión, de reflexión, de exposición. Todo lo que escriba aquí es mi
responsabilidad y si tengo que corregir algo en lo cual me equivoqué, lo haré.
Cuando comencé el ciclo escolar
que duró más de 12 años, el impacto fue devastador. Entré a estudiar a un
colegio donde el concepto de educación era algo que estaba solo en los
conceptos. No era algo que me entusiasmaba mucho, ya que la decepción fue mi
primera impresión. Más allá del miedo que uno tiene por las cosas nuevas. Pero…
No debería ser tan traumático
aprender. Tenemos miedo de nuestro entorno desde que nacemos pero, la educación
debe quitarnos eso, los miedos para seguir avanzando. En Bolivia la educación
es pésima. Admitir que se ha avanzado es algo subjetivo y aplaudirlo es
aplaudir la obligación de hacer algo. Es decir, se supone que tenemos que
avanzar. Sin embargo, luego de haber pasado los 12 años de escolaridad, más los
5 años de universidad, mas los años de estudios de aprendizaje técnico, me
llevan a la conclusión de que lo único que me sirvió fue, darme cuenta que
mejor lo hubiera hecho por mi cuenta.
Pero no es cuestión de ser
trágico. Hoy he desarrollado habilidades de todo tipo con cosas que aprendí en
el colegio. Pero es que no fue suficiente. Es darle mérito a la mediocridad,
porque pude haber pasado con mejores conocimientos los primeros 15 años de mi
vida. Lástima que nada haya cambiado, ya que sigue la misma mediocridad de
siempre.
La política.
Ese demonio disfrazado de
bienestar distribuido en manos de otros. Ese delegar a unos pocos para que
hagan de muchos lo que al final la educación mediocre les dio a ellos. Es
llevar un ciego a otro ciego, al despeñadero. Cuando un político cree que la
votación le fue favorable, cree por educación, que fue elegido por el pueblo.
Cuando un político llega a la posición de determinación de necesidades de
otros, llega a no entender en realidad que hace ahí. Hay políticos que son una
luz. Pero esos curucusíes son pocos. La
educación nos mutiló parte de nuestro futuro tirándolo cada vez más lejos el
progreso mental y personal de la gente que conforma nuestra sociedad. No se
puede vivir en un país donde una región está dotada de todos los servicios y
aún así tiene una educación pésima. Y por otro lado, tenemos otra porción de la
población viviendo en la miseria y dándole bonos anuales, miseria aparte, para que
supuestamente tenga un efecto de motivación en los educandos. Es una aberración
y hasta parece parte de una estrategia de masificación de la ignorancia.
Padres.
Cuando los alumnos terminan el
bachillerato, terminan con una educación a punta de rojos y azules. Escribir
con rojo el título y azul el subtema. Marcan las diferencias entre dos opciones
y no dan parte a la creatividad. Entonces los alumnos que pasan a ser jefes de
familia, agarran a sus pequeños hijos, los meten en la misma procesadora
educativa para que pasen lo mismo que ellos pasaron. La mala educación
disfrazada de rutina educativa. Lo peor de todo es que la rutina pareciera un
convencionalismo del cual no podemos escapar, ni siquiera intentarlo, ya que
está protegido por ley. A mansalva, disparan los profesores las mismas lecciones
que recibieron los padres. Y no estoy hablando de los padres nuestros de todos
los días. No estoy hablando de la educación católica, protestante, evangélica
ni nada que tenga que ver con la religión. Es algo que se nos ha estatizado. Es
decir, el Estado ha asumido mediante sus constituciones corregidas y enmendadas
la labor de poner una camisa de fuerza para que ningún loco se atreva a salirse
de ella, de hecho, fuerza tanto la conciencia que hacerlo de otra manera sería
una locura. Ya que en los estados se viven de papeles membretados, y el que no
tenga en este pueblo de Dios certificados donde certifiquen que ha estudiado,
el estudiado no es nada. Ya que no solo lo va a discriminar la sociedad, sino
su propia mente. Es una acusación y un acoso permanente: las leyes, las normas,
los estatutos que regulan la educación en esta parte del mundo.
Los estudiantes.
Entran cada día con la cabeza
nublada. Saben de su sufrimiento. Pocos lo asimilan de otra forma. No tienen
por qué cuestionarla. Es parte de la vida. Asumen una responsabilidad
compartida. Un castigo. Una herencia de pobres y de ricos. Y se consumen en los
días, en las aulas, en las tareas que llevan a las casas. Lo matan poco a poco.
La creatividad se apaga. El entusiasmo decrece. La mirada se enturbia. Se seca
la flor. Se muere el espíritu. Luego, cuando ya se encuentran en la etapa final
del colegio se dan cuenta que tanto pasar clases los ha hecho formar parte de
una manada de animales educados. Un sistema que los creó para pensar de
determinada forma. Viajan con la mente para escapar de esa prisión. No saben que
viven en un espacio reducido que es su banco personal. Su escritorio de madera.
Su pizarra de tiza o acrílico. A penas se quieren rebelar. No se animan a
amotinarse como lo hacen los soldados o los presos. Esos que son privados de
libertad. Esos que hacen cosas para que no los metan en una cárcel y sin
embargo los meten en otra peor. La educación falló. Falla una y otra vez. No es
culpa de los directores, ni de los profesores, ni de los alumnos, ni de los
padres. No es culpa de nadie. Es culpa del sistema.
EL colegio.
Esa institución tiene méritos. Ser
el recipiente donde caen todos los cerebritos naturales llenos de sueños y se
ocupan de ir achicándolo poco a poco, para que entren a un molde. A un
recipiente de normas, rutinas, clases tediosas, danzas obligadas, tutorías. Es
el lugar donde esconden sus miedos los niños, adolescentes y los profesores.
Las personas que trabajan en un colegio viven aspirando un aire pesado.
Fatigados por el desorden del orden. Inspirados por una máxima superior. La de
alcanzar la educación de los procesados. Pero no se dan cuenta que eso que
aspiran. Ese olor que respiran. Ese aire que huele a educación, es un aire desinflando
los pulmones de los niños que entran a clases. Es el aire del suspiro de los
jóvenes que pueden estar gritando otras cosas. Están apretados en una fila, uno
tras de otro, mirándose las nucas. Inventándose historias para escapar de ese
tugurio lleno de lápices y borradores. Almohadillas de tiza o borradores de
pizarras acrílicas. Enfermándose con el aire de los ventiladores. De los
vientos fríos que entran por las ventanas rotas de los complejos educacionales
puestos por los municipios. O lo que es peor. Atrapados en empresas dedicadas
al lucro de la educación. Que proponen ser los salvadores de la educación,
cobrando una suma para los que quieran pagarla para diferenciarse.
Te
acuerdas cuando ibas a clases. Ese sentimiento de impotencia de hacer lo
mismo todos los días sin derecho a réplica. Ese caminar cansado pero divertido
a la vez, riéndote de la ironía de la vida de saberte esclavo caminando libre
por el mundo. Pero ese mundo se reducía a una planilla de materias y de notas. De
calificaciones que te decían si eras bueno o malo. De esas aventuras de
aventajar al compañero, de creer que era tu amigo y sin embargo era tu
compañero de celda. Si hubiera podido elegir, seguro hubiera estado en otro
mundo. En una nube tal vez. Volando por el cielo. Pero eso no estaba permitido porque
la tabla de multiplicar estaba primera. Los elementos químicos que nunca más
volví a ver. Se que están por ahí pero no era lo que estaba buscando. O las
benditas clases de sociales que me corregían el norte o el sur del país. Fechas
importantes para recordar una y otra vez y sin embargo, cada vez que llega la efemérides
del país todos tienen que recurrir al libro, o en este caso o en estos tiempos
al google search para saber la fecha exacta. Hay cosas que aprendemos a gusto y
exigimos saber más, pero en el cole eso no pasa. Solo te dan lo necesario para
pasar la materia y si te interesó lo tienes que buscar por otro lado. Pero cuando
lo buscas te das cuenta que no tienes tiempo porque las demás materias también
exigen que le tomes atención, porque si no le tomas atención probablemente te
puedes aplazar y te van a tachar de burro o mal estudiante. Y así se pasa la
vida. El estudiante termina el colegio, pasa a la universidad, si tiene la
suerte de continuar. Luego encuentra un trabajo. Se da cuenta que con el
conocimiento que le dieron no alcanza para trabajar como un simple repartidor
de volantes. O atender una caja es demasiado básico para todo lo que desea
hacer. Pero luego se encuentra con el amor de su vida, o la persona que le
quitó las ganas sexuales, se enamora, se casa, se dedica a llevar el sueldo
mensual, y cree al final que eso es la vida. Para eso recibió la educación de
toda la vida, para llevar el pan a la casa. Para pagar el pasaje al colegio. Para
comprar útiles escolares. Para ahorrar para la universidad de los hijos. Y de
pronto cuando estás a punto de morir te das cuenta que todo eso no sirvió para
nada. Que no viviste lo suficiente como para morirte con un título bajo el
brazo o, colgado en la pared. Lleno de telarañas. Sin fecha y sin nada. Solo un
título más que te llevó a vivir entre cuatro paredes. Conocimientos que
te ataron a una silla y no te dejaron explorar otros que tal vez necesitabas y
que estaba dentro de la misión de vida que querías prepararte.
Por qué se frustra la gente. Anda a
preguntarles a aquellos que están en las instituciones de la educación y seguro
encontrarás las respuestas. Ahí se están germinando los depresivos del futuro. Los
conformistas de la vida. Los que no tienen otra opción.
Pero no todo tiene un final gris
en esta historia. Vista desde mi perspectiva. Ya que me encuentro en la misma
posición – imagino del que está leyendo estás páginas- atreviéndome a quitar
ese destino de mis hijos. Amarrarlos a sus sueños. A sus ganas de crecer con lo
que ellos sientan que les llena el espíritu, con lo que van a aprender mejor y
más.
La educación no tiene porque ser
una tortura. Todos debemos decidir cómo educarnos y cómo darles la educación a nuestros hijos, sin que eso signifique
traumarles la infancia, la adolescencia, la madurez.
Seguro has escuchado del bullying,
de la deserción escolar, de las bajas calificaciones. Darnos cuenta de esto, es
darnos la chance de cambiar. No sin rumbo, pero si con nuevos objetivos.