martes, 25 de mayo de 2021

60 AÑOS DE MATRIMONIO NO SE PUEDEN OLVIDAR

 

60 AÑOS DE MATRIMONIO NO SE PUEDEN OLVIDAR

 

Hoy descubrí que podía seguir cantando sin necesidad de tocar la guitarra. Que el tiempo pasa y no tiene sentido tratar de detenerlo. Atrapar los recuerdos en una foto o en varias es un pasatiempo estéril. Que por más que abrase a mis hijos mil veces se me escapan poco a poco. Que mi madre ya no me recuerda porque está perdida en un limbo depresivo y arrinconada por las enfermedades.

Descubrí que el cinismo se convierte en un aliado perfecto, para disimular que todo está bien. Que mi rostro ha cambiado mil veces los últimos 1000 segundos. Hoy, escuché la voz de mi hermano, gritando en un audio de voz, pasando por WhatsApp. A 20 kilómetros de distancia pedía ayuda, como si estuviéramos en el cuarto contiguo.

Comprendí que por más que aceleré a 180 km/hora no iba a llegar a tiempo. Que la resignación sabe a tranquilidad, que el miedo sabe a salado cuando las lágrimas recorren la mejilla hasta los labios. Que ya no hay tiempo que perder, porque el tiempo nos alcanzó a todos.

 


Dios es empleado en un mostrador, da para recibir.

Quien me dará un crédito mi señor, solo sé sonreír.

Escuchaba a Sui Generis mientras conducía hacia el hospital. Recordaba cuando Mamá me enseñaba la hora con el reloj de pared colgado en la cocina. Tenía menos de 10 años y me hablaba de manera cariñosa, como solo las madres saben hacerlo. Y yo volvía a preguntar, diciéndole “no vej mami” reafirmando que era el mediodía. Mientras conducía, los minutos en el semáforo eran cada vez más largos, eternos. No quería que cambien, estaba apurado, pero no quería llegar a la sala de emergencia y ver a mi madre tendida en una camilla, con las enfermeras tomándole el pulso y un doctor cansado anotando los signos vitales.

 

Los últimos 14 días han sido terribles para ella. Se despertó tres meses después de que murió papá y recién aceptó que se había ido para siempre, que nunca más volverá, que no salió nunca de la sala de trauma shock, cuando entró por última vez vivo. Ese día, siete después de su cumpleaños que no cumplió, miró su foto y comenzó a perderse en su mente, a mirarnos y no vernos, a contestarnos las preguntas con respuestas mudas, a sentirse cada vez más lejos, a creer que a nadie le importa lo que ella siente.

Es difícil pedirle a una persona que ha vivido 60 años de matrimonio que olvide rápido al amor de su vida, al padre de sus hijos, que no piense más en él, que abrase a sus nietos, que mire las fotos sin llorar, que siga viviendo sin vida. “Es difícil Mamá”, le dice mi hermana, mientras la sostiene en sus brazos como si fuera una niña que ha criado y que no quiere que sufra porque tiene partido el corazón. Es difícil, pero tiene que decirnos cómo se siente, qué le hace mal, todos nos acordamos de él, pero… la voz se quiebra, pidiendo algo que ni ella puede superar.



“he muerto muchas veces, acribillado en la ciudad” reza la canción en la radio, canta Charly García. Yo sigo manejando, llorando como se me hizo costumbre, desde que acepté que ya no hay vuelta atrás.

“llenas tus valijas de amor y te vas”, papá se llevó las esperanzas de mamá de continuar sin él en la vida. Quiere seguir hasta donde esté él. Hasta donde el amor le alcance.

 

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