TONTA DE AMOR
@750palabras
Que chistoso es el cerebro, te
puede hacer la persona más inteligente y más triste del mundo.
Cuando Ángela cumplió 10 años, le
regalaron una muñeca tamaño gigante, cerraba los ojos y lloraba cuando le
sacaban el chupete. Esa tarde, que jugaba a ser mamá de una niñita de plástico,
al cruzar el umbral de un alambrado que rodeaba la casa apenas terminada, se
rasgó la cara con el filo de la púa del alambre, y le abrió una herida debajo de la mirada, que
la acompañaría por el resto de su vida.
Cuando cumplió 15 años, en vez de
fiesta, se confirmó en la catedral como fiel servidora católica,
con su vestidito blanco, guantes y rosario en mano, emprendió una marcha hacia la pubertad dolorosa, fingiendo
no tener nada en el rostro. La tristeza se apoderó de ella.
El colegio lo pasó con elevados
promedios, calificaciones propia de una estudiante sobresaliente. Se aprendió los números
romanos hasta el mil, la profesora de historia la adoraba, en lenguaje nunca
tuvo problemas, peor en religión que se sabía al dedillo la cruces y los
designios de los mandamientos.
Luego vinieron las clases en los
institutos, las declaraciones forzosas de trabajo, las imaginarias sesiones
amatorias lejos de casa, los piropos por la calle, caminando por la plaza,
subiendo al microbús, dedicándose a pintar sonrisas amargas en los labios. Todo
el mundo sabía que esa mirada con el rostro rasgado ocultaba algo, el misterio
de lo incierto, el silencio de la tragedia, el terror de la mente.
Era un suplicio levantarse,
caminar hasta el baño, abrir el grifo, mirarse al espejo; el cerebro le había configurado una mirada devastadora,
inescrupulosa y desacertada. Era una mentira cada día cuando decía que el
problema que le había provocado esa cicatriz lo había planeado alguien malo.
que alguien había pensado arruinarle la vida una y otra vez cada mañana. Todo
un tormento, mares nefastos de pensamientos negativos golpeando contra su rostro.
En el pulpito, el cura clamaba,
la iglesia se silenciaba y atormentada por la acusación escuchaba decir: "cada
uno de nosotros somos dueños de nuestro destino, pero solo una persona te hará
libre" La libertad pensó, ¿cuándo será el día que conozca la libertad? se
preguntaba; se encontraba presa de una imagen, de un dolor que la cegó y le
cambió la mirada; un simple evento, un hecho nutrido de imprevistos. ¿dónde
estaba la libertad ese día para no haber elegido salir a jugar al patio, dejar
la muñeca tirada y atrincherarme en mi cuarto?, rezaba en la iglesia una y otra
vez.
Un veneno maldito tenía esa púa
de alambre se decía, un virus infeccioso que desarrolló todo su potencial en el
espíritu de su amargura, sentimiento aparte, involucrado con los designios mal
entendidos de los mensajes bíblicos. ¡Sos tirana de tu mirada!, se repetía una
y otra vez, ¡sos tirana porque no te permites ser feliz! se castigaba
inexorablemente cada día. La repetición es una causa del cerebro, es esa
maquinita que procesa todo lo que guardamos y ordena con comandos en un
computadora para procesar ordenes que aunque vayan en contra de uno, se
ejecutan una y otra vez. La inteligencia
nunca es un factor de credibilidad de nada.
Como parte del castigo, el
cerebro, influenciado por recuerdos machucantes de escenas de castigo, decidió
enviarla al otro lado del mundo, a buscar el amor con alguien más triste que
ella. Salió con las maletas llenas de esperanza, con el martirio detrás. Llegó
a cruzar la frontera y se encontró con el destino, despiadado y maloliente,
recurrió al aprendizaje de los vientos y los cometas y, se dejó llevar por las
cauces del rio de la aventura. Se desnudó frente al espejo, se miró
perdidamente, sin encontrar una herida más que la de su cara, y pensó, soy
perfecta. tengo el agrado de presentarme ante ti, le dijo a su amante improvisado y provisional, virgen y despojada
de toda enseñanza perturbadora, de iglesia y colegio de convenio, para
asegurarme ser tuya por un trance de mediodía.
Caminó por la vieja Europa,
repasando en la mente las calles de su infancia, miraba en los vitrinales de
las grandes tiendas en Madrid, la cicatriz que le había marcado la vida. Susurraba
alegre, que prefería vivir tonta de amor, a inteligente en soledad.
Emborrachada de tanta locura, se olvido de sus defectos y corrigió algunos comandos
mentales que hacían a su cerebro, su
carcelero, proxeneta y demandante.
Cuando volvió, después de 2 años
de autoexiliarse de sus pecados, se encontró de nuevo con ella misma, se miró y
se reconoció, ¿Dónde estuviste? le reclamó, su imagen fragmentada de su niñez y
adolescencia, seguían caminando alrededor de su mente.
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