Cada día vemos en las redes
sociales anuncios de perros perdidos. Dueños que en su desesperación postean la
foto de su cachorro aduciendo que se perdieron.
Cuando caminamos por las calles
de Santa Cruz, vemos infinita cantidad de perros que deambulan por las arterias
de la ciudad. Es difícil saber cuál tiene dueño o no. Muchos de ellos tienen la
piel lastimada, otros tantos caminan con la pata lastimada y otros, que
pareciera que son invisibles al ojo humano, tienen todo el cuerpo llagado de
sarna.
En Bolivia se estima que hay más de tres millones de perros. Existe un gran
porcentaje que es callejero. Esto ha sido determinante para la salud pública en
el país, sobre todo en las zonas urbanas, ya que esta extrema situación de
calles de los canes, provoca el aumento de casos de rabia humana. El contagio es
por medio de mordeduras de perros infectados con esta enfermedad que afecta a
la población canina.
En este marco, existe la ley 700, que está llena de artículos que son un
saludo a la bandera. Uno de esos artículos prohíbe que los dueños de los perros
dejen suelto a sus mascotas en la calle, lo cual tiene una multa. Pero es como
pedir que no entren moscas a los puestos de venta de carne en los mercados.
Nadie hace caso a la ley municipal porque casi nadie la conoce.
En la ciudad también existen algunos grupos de personas que se dedican a
rescatar perros y gatos de las calles y, otros grupos como SOPRAMA que también
vigilan que el maltrato animal sea tomado en cuenta por la población y las
autoridades, para que disminuya. Tantos son los casos de maltrato animal, que
omitimos los casos cuando los vemos porque sabemos que es estéril la norma
cuando es sobrepasada por la negligencia e ignorancia de la gente. En otras
palabras, a las personas les importa un comino el delito que cometen porque no
se los pena. Y es una pena, porque son parte de nuestra sociedad. Los animales
forman parte importante de nuestros entornos: Los perros que están en nuestras
casas, muchos gatos que habitan en los ambientes más cercanos a la familia, los
caballos que tiran las carrozas que botan basura a los vecinos que no tienen
dinero para contratar el servicio de recojo de escombros. Loros o aves
silvestres que son traídas desde el campo a ser parte del decorado de algunas
casas y mercados. Monos, lagartos, iguanas, perezosos y una infinidad más de
animalitos que pertenecen a la vida silvestre que cohabitan de una forma
indiscriminada entre los patios y calles de la vecindad.
Cuando vemos que el uso de la tecnología nos puede llevar a entender que
hay mucho por hacer y no hacemos nada, más que mirar contenidos en nuestros
celulares sobre animales perdidos, perritos en adopción o denuncias de maltrato
animal, estamos siendo parte de un delito o de una falta de colaboración casi
espectral. Miramos, sentimos y no activamos ni medio recurso para hacer algo al
respecto. Somos unos swipeadores de contenidos que nos pueden quitar las buenas
ganas de entretenernos y, si algo nos mueve, compartimos la publicación para
por lo menos sentirnos menos culpables por semejante desatención.
Somos una sociedad que está en constante cambios, existen personajes en
estos grupos de personas que hacen lo que pueden, pero no dan abasto. Hablamos
de millones de animalitos que sufren el abandono y el maltrato. Las nuevas
formas de comunicarnos y las plataformas digitales han ayudado demasiado a por
lo menos visibilizar estos problemas pero falta un llamado a la acción.
Hace seis meses aproximadamente, en un reportaje que realizábamos sobre los
refugios de perros en Santa Cruz, conocimos a un par de cachorros hermanitos
abandonados. Se notaban indefensos y su cuerpo tenía las marcas de la calle.
Ambos estaban enfermos y no podían subsistir sin la asistencia de las personas,
que en ese caso fue el refugio Huellitas en mi vida. La persona que los acogió
en el refugio se llama Milda, mujer que tiene la predisposición de hacer lo que
esté a su alcance para darle cobijo a
estos animalitos, tanto es así que el lugar donde vive, cohabitan más de 30
perros en proceso de curación y adaptación para una nueva vida, como ella
espera que pase. Tanta conciencia por parte de ella nos empapó de un sentido de
acción que nos llevó a la decisión de adoptar a estos dos cachorritos: Balú y
Sasha, machito y hembrita. Ambos abandonados en el portón de la casa donde ella
vive.
Pero las dificultades después de la emoción al adoptar a un par de perritos
que movían la cola y lamían la mano en forma de agradecimiento, se tornaron
cada vez más complicadas. Cuando lo llevamos a la Veterinaria Lassie,
descubrimos que sus plaquetas de sangre de ambos cachorros estaban muy bajas.
Sorprendidos de que aquellos animalitos hayan tenido la fortaleza de aguantar
semejante enfermedad como la babesia, no entendíamos todavía que ellos no se
daban por vencidos ante las dificultades de haber llegado a la vida. Todos los
días pelean un minuto de vida en cada segundo. Transforman en agradecimiento
infinito esa oportunidad y nosotros, todavía asimilando la fuerza de su empeño,
no entendíamos que esa lucha también nos involucraba a nosotros.
Suponemos que ese letargo que tiene nuestra sociedad con los seres vivos
como los perros y gatos se debe a esa indiferencia que muchas veces la tenemos
con los mismos humanos que caminan por la calle en calidad de indigencia. Ese
no me importa impregnado de pragmatismo de pensar que la sociedad en algún
momento hará algo gracias a las políticas que dicten los gobernantes votados
por ellos. Eso no es democracia de problemas, es desafiliación de un
sentimiento que debe ser nuestros y de nadie más. El pesar no se puede
trasladar a una norma fría y seca puesta en un papel con sello notariado de
aprobado en ambas cámaras de la asamblea legislativa y refrendada por un
presidente.
Dice el dicho que “perro que ladra no muerde”, habría que cambiarlo por uno
más acertado como que humano que no hace nada por mejorar la vida por más que
sea un perro, no debería llamarse humano.
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