miércoles, 6 de marzo de 2019

Cómo cuidar a un perro callejero


 
Cada día vemos en las redes sociales anuncios de perros perdidos. Dueños que en su desesperación postean la foto de su cachorro aduciendo que se perdieron.

Cuando caminamos por las calles de Santa Cruz, vemos infinita cantidad de perros que deambulan por las arterias de la ciudad. Es difícil saber cuál tiene dueño o no. Muchos de ellos tienen la piel lastimada, otros tantos caminan con la pata lastimada y otros, que pareciera que son invisibles al ojo humano, tienen todo el cuerpo llagado de sarna.

En Bolivia se estima que hay más de tres millones de perros. Existe un gran porcentaje que es callejero. Esto ha sido determinante para la salud pública en el país, sobre todo en las zonas urbanas, ya que esta extrema situación de calles de los canes, provoca el aumento de casos de rabia humana. El contagio es por medio de mordeduras de perros infectados con esta enfermedad que afecta a la población canina.

En este marco, existe la ley 700, que está llena de artículos que son un saludo a la bandera. Uno de esos artículos prohíbe que los dueños de los perros dejen suelto a sus mascotas en la calle, lo cual tiene una multa. Pero es como pedir que no entren moscas a los puestos de venta de carne en los mercados. Nadie hace caso a la ley municipal porque casi nadie la conoce.

En la ciudad también existen algunos grupos de personas que se dedican a rescatar perros y gatos de las calles y, otros grupos como SOPRAMA que también vigilan que el maltrato animal sea tomado en cuenta por la población y las autoridades, para que disminuya. Tantos son los casos de maltrato animal, que omitimos los casos cuando los vemos porque sabemos que es estéril la norma cuando es sobrepasada por la negligencia e ignorancia de la gente. En otras palabras, a las personas les importa un comino el delito que cometen porque no se los pena. Y es una pena, porque son parte de nuestra sociedad. Los animales forman parte importante de nuestros entornos: Los perros que están en nuestras casas, muchos gatos que habitan en los ambientes más cercanos a la familia, los caballos que tiran las carrozas que botan basura a los vecinos que no tienen dinero para contratar el servicio de recojo de escombros. Loros o aves silvestres que son traídas desde el campo a ser parte del decorado de algunas casas y mercados. Monos, lagartos, iguanas, perezosos y una infinidad más de animalitos que pertenecen a la vida silvestre que cohabitan de una forma indiscriminada entre los patios y calles de la vecindad.

Cuando vemos que el uso de la tecnología nos puede llevar a entender que hay mucho por hacer y no hacemos nada, más que mirar contenidos en nuestros celulares sobre animales perdidos, perritos en adopción o denuncias de maltrato animal, estamos siendo parte de un delito o de una falta de colaboración casi espectral. Miramos, sentimos y no activamos ni medio recurso para hacer algo al respecto. Somos unos swipeadores de contenidos que nos pueden quitar las buenas ganas de entretenernos y, si algo nos mueve, compartimos la publicación para por lo menos sentirnos menos culpables por semejante desatención.

Somos una sociedad que está en constante cambios, existen personajes en estos grupos de personas que hacen lo que pueden, pero no dan abasto. Hablamos de millones de animalitos que sufren el abandono y el maltrato. Las nuevas formas de comunicarnos y las plataformas digitales han ayudado demasiado a por lo menos visibilizar estos problemas pero falta un llamado a la acción.

Hace seis meses aproximadamente, en un reportaje que realizábamos sobre los refugios de perros en Santa Cruz, conocimos a un par de cachorros hermanitos abandonados. Se notaban indefensos y su cuerpo tenía las marcas de la calle. Ambos estaban enfermos y no podían subsistir sin la asistencia de las personas, que en ese caso fue el refugio Huellitas en mi vida. La persona que los acogió en el refugio se llama Milda, mujer que tiene la predisposición de hacer lo que esté a su alcance para darle cobijo  a estos animalitos, tanto es así que el lugar donde vive, cohabitan más de 30 perros en proceso de curación y adaptación para una nueva vida, como ella espera que pase. Tanta conciencia por parte de ella nos empapó de un sentido de acción que nos llevó a la decisión de adoptar a estos dos cachorritos: Balú y Sasha, machito y hembrita. Ambos abandonados en el portón de la casa donde ella vive.

Pero las dificultades después de la emoción al adoptar a un par de perritos que movían la cola y lamían la mano en forma de agradecimiento, se tornaron cada vez más complicadas. Cuando lo llevamos a la Veterinaria Lassie, descubrimos que sus plaquetas de sangre de ambos cachorros estaban muy bajas. Sorprendidos de que aquellos animalitos hayan tenido la fortaleza de aguantar semejante enfermedad como la babesia, no entendíamos todavía que ellos no se daban por vencidos ante las dificultades de haber llegado a la vida. Todos los días pelean un minuto de vida en cada segundo. Transforman en agradecimiento infinito esa oportunidad y nosotros, todavía asimilando la fuerza de su empeño, no entendíamos que esa lucha también nos involucraba a nosotros.

Suponemos que ese letargo que tiene nuestra sociedad con los seres vivos como los perros y gatos se debe a esa indiferencia que muchas veces la tenemos con los mismos humanos que caminan por la calle en calidad de indigencia. Ese no me importa impregnado de pragmatismo de pensar que la sociedad en algún momento hará algo gracias a las políticas que dicten los gobernantes votados por ellos. Eso no es democracia de problemas, es desafiliación de un sentimiento que debe ser nuestros y de nadie más. El pesar no se puede trasladar a una norma fría y seca puesta en un papel con sello notariado de aprobado en ambas cámaras de la asamblea legislativa y refrendada por un presidente.

Dice el dicho que “perro que ladra no muerde”, habría que cambiarlo por uno más acertado como que humano que no hace nada por mejorar la vida por más que sea un perro, no debería llamarse humano.


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