martes, 9 de febrero de 2021

Doctor se despide por WhatsApp de su esposa, hijos y nietos antes de morir en la sala de emergencia de una clínica de la ciudad.

 

Doctor se despide por WhatsApp de su esposa, hijos y nietos antes de morir en la sala de emergencia de una clínica de la ciudad.

 


Estaba en una reunión para disfrutar una charla amena con sus amigos de siempre, cuando el corazón comenzó a mandarle mensajes abreviados como en código morse en su pecho. Palpitaciones cada vez más seguidas y agudas. Tuvo tiempo de sentarse, mirar a su alrededor y contar las cuadras que lo separaban entre la casa donde estaba compartiendo un convite permitido hasta la clínica donde trabajaba medio tiempo atendiendo pacientes con trastornos urológicos.

Invirtió su tiempo para despedirse a mano alzada, con un par de amigos de puño a puño y al anfitrión con una palmadita en el hombro bajando su mano por la espalda mientras respiraba cada vez más lento.

Se subió a su vehículo, apretó el acelerador, sostuvo la cordura mientras pudo. Cada semáforo en rojo sentía que la respiración se le cortaba y recordaba los episodios de asma en su niñez. Apenas encontró un espacio vacío en la calle para dejar su vehículo pisando la línea azul para el espacio dedicado para vehículos con personas discapacitadas: el letrero avisaba su imprudencia, pero él no podía aguantar más.

Entró a la clínica desabrochando los botones de su camisa, avisó al guardia su emergencia y mostró su credencial de médico acreditado para entrar por Triaje sin esperar a que lo llamen y omitir el proceso de pasar su tarjeta por el ojo laser de seguridad de la puerta e ingresó pidiendo hablar con el médico emergencista de turno para que lo asista.

El joven médico que hacía guardia esa noche había acabado de ponerse la bata azul y los crocs blancos, se había lavado las manos minuciosamente mientras le pedía a la enfermera que no lo moleste con trámites innecesarios a esa hora de la noche, que la atención sería según orden de llegada, era lo que correspondía, no terminaba de levantar su cabeza del fregadero cuando vio entrar al médico apenas balbuceando que se iba a morir:

-        Ayúdeme doctor, me estoy muriendo, no puedo respirar.

Le dijo mientras se sacaba la camisa y se acostaba en la primera camilla que encontró de frente. No había nadie más en la sala de emergencia que ellos tres, además de la cajera que estaba agachada realizando trámites burocráticos sobre autorizaciones para tomas de PCR de pacientes sospechosos con covid.

-no puedo respirar, soy asmático

Volvía a decir el hombre, mientras se levantaba e iba hasta el fondo del pasillo y volvía con un tanque de oxigeno un poco más grande que un extintor. Tomó la mascarilla y la puso en su boca mientras lo miraba al médico de turno.

-Tranquilo doctor, aquí nadie se va a morir, no hable burreras.

Le decía el doctor, tan joven como la enfermera que lo asistía. Un hombre tramitando los 35 años frente a un colega suyo de 60 tendido en su sala de emergencia.

Me voy a morir, me voy a morir – no paraba de decir.

Mientras el doctor le tomaba los signos vitales, arreglaba su barbijo y le tomaba la presión.

Nadie había notado nuestra presencia. Mi hijo de 8 años acabada de dar patadas a la enfermera que le trató de tomar la muestra de PCR, el hisopado fue un proceso traumático para él. Cuando sintió el hisopo traspasar la barrera de su nariz, dio patadas certeras al muslo de la señora que vestida de blanco y completamente tapada la cara, dio por terminada la tortuosa sesión cuando vio que no había fuerza que detenga al niño.

Agachado con el celular en la mano, esperábamos que nos dieran el carnet de asegurado y la conciliación final por parte de la clínica. En un espacio de 2 metros, unas rejillas nos separaban del espectáculo marcado para esa noche. El doctor que entró con la respiración cortada seguía nervioso por su situación, él aseguraba que tenía el virus en su cuerpo y que no lo dejaba respirar. Era casi las 8 de la noche, del segundo mes de cuarentena y la ciudad estaba con las calles vacías por el rigor del decreto de que solo personal autorizado podía estar a esas horas transitando por las avenidas.

 

Un minuto, dos minutos, tres pedidos de urgencia, un respirador, cuatro enfermeras más dando vueltas por el lugar. Cómo se llama doctor, le pregunta una de las licenciadas que entró a asistir. Tome mi credencial le dijo, mientras marcaba en su celular un número. La luz verde del WhatsApp se reflejó en su cara mientras el doctor le sostenía el brazo derecho, él manejaba con el izquierdo el teléfono. Lo acercó a su oreja y escuchó una voz conocida al otro lado de la app. Era su esposa, se entrecortó su voz y lo primero que atinó a decir fue:

-        Estoy en la clínica, despedime de todos, de mis hijos, de mis nietos

su voz se achicaba, ahogada por el aire que entraba cada vez menos por su garganta. Su esposa, al otro lado de la ciudad emitía un sonido cada vez más lejano, su voz se le perdía y fue cuando en ese preciso momento murió.

Se había cortado la llamada, miró el celular, las líneas de su conexión por wifi. Llamaron a los enfermeros para que lo lleven a quirófano de manera urgente. Fue una orden mal dada al parecer.

Una enfermera que realizaba el trámite de darle de alta a mi hijo, me entregó el carnet de asegurado diciéndome que tenía que pasar por caja a cancelar bs. -1400 por la toma de muestra Covid-19, lo cual me devolvió a mi realidad. Algo estaba mal, porque el contrato decía 100% de cobertura en emergencias y ese proceso incluía hasta las pruebas para saber si el virus maldito había ingresado al sistema de mi hijo de 8 años.

Luego de unas cuantas llamadas al Call Center encontraron el error y lo corrigieron dejándonos salir de esa situación.  Salimos de Emergencia pensando en ese hombre que tuvo tiempo de despedirse de su familia antes de morir, pero que no ocurrió lo que él vio como algo inexorable.

Al día siguiente los mensajes por Facebook para que la familia y sus conocidos recen por la salud del Dr. Antelo, fue el comunicado de que el hombre seguía vivo. Dos semanas después contaría su versión en un posteo breve en su muro de Facebook, agradeciendo a todos los que se preocuparon por él.


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Historia ficcionada de un evento de la vida real.

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