Vivir un clásico desde las graderías es algo que no tiene precio. Las emociones vividas. El compartir con la gente que siente lo mismo por un equipo de fútbol. Cosas extrañas pasan ese momento.
El estadio comienza a llenarse desde una semana antes del clásico. La gente siente que ya está gritando los goles de su equipo favorito. Obvio que es una presunción mía creer que sé qué es lo que piensa y siente la gente. Pero uno lo percibe mientras se va acercando el momento. La pregunta recurrente si vas a ir al estadio, es algo que se ve venir.
Este sentimiento de hincha es lo que nos une a la mayoría de los que llegamos al escenario principal del fútbol cruceño. Unos llegan con las poleras puestas. Las banderas, los gorros, los asientos de plastoform. El cigarro, los auriculares con los celulares conectados a las FM escuchando las previas relatadas por los periodistas deportivos. Todos los detalles. Quién entra desde el comienzo. La posible alineación. Un poco de historia de los clásicos. etc.
En mi caso, decidí husmear un poco más ese sentimiento. El mio y, traté de transformar ese ver el clásico desde las tribunas, a verlo desde el vestuario. De sentir el olor de la grama, de mirar a la gente como se sumía en las graderías y formaba un color marea de personas caminando de un lado a otro. Decidí escuchar los coros un poco más cerca. Me interné en la boca de los vestuarios, husmeé la dinámica que se vive dentro de ese misterio que no todos tenemos acceso.
Solicité a un dirigente de Oriente Petrolero hacer una nota para el Vlog, y accedió , me presentó el equipo de la Escuela de Fútbol que tiene Oriente Petrolero sostenida mediante una Fundación creada para asistir a los chicos que viven en la zona de la Avenida Virgen de Luján, donde se respira la pobreza y con el objetivo de sacarlos de las calles o, de que no lleguen a ella. Buena iniciativa de Keko Alvarez, el presidente del club albiverde.
Luego de filmarlos mientras corrían por la cancha, agrandados entre la multitud que los miraba desde las tribunas, me interné en el vestuario de Oriente. Zona donde los refineros afinan los últimos detalles del partido. Los nervios de los dirigentes, los asistentes caminando de un lado a otro, los periodistas deportivos acechando las noticias y comprobando una vez más que los clásicos son diferentes.
Los árbitros que entraban a los vestuarios, verificaban que: los colores del uniforme de los porteros no sean los mismos que los del árbitro, la alineación, los requisitos indispensables para empezar el partido. Todo estaba en orden. Los camilleros en su lugar, dos ambulancias para retirar a los heridos que nunca faltan. Todo ese movimiento que es subterráneo solo lo imaginan los hinchas desde el cemento de las graderías, cuando se encuentran sentados o entrando al estadio.
Media hora antes, en un abrir y cerrar de ojos, la gente comienza a sentirse. Miran de un lado a otro, cada vez los espacios se achican. Primero eran mil, después cinco mil, diez, veinte, hasta treinta y cinco mil pueden entrar. Todos con sus colores metidos en el pecho. Con sus miedos, con sus broncas, con sus ilusiones.
Los jugadores entran tranquilos, o al menos aparentan la tranquilidad apartados del mundo conectados por unos auriculares que le tapan los oídos, absortos del tiempo y del espacio, pero saben que en media hora van a estar corriendo tras una pelota ante la atenta mirada de más de 100 mil personas. Transmiten el partido por televisión, el estadio está lleno, los que no pudieron entrar dan vuelta por el lugar escuchando el relato de los cronistas de fútbol.
Entran los jugadores a la cancha. Se respira el olor de la pólvora de los cohetes pirotecnia que sale de atrás de las tribunas de curva. Las dos hinchadas hacen lo mejor que pueden: gritan, cantan, mueven las banderas, se agitan de un lado a otro. Comienza el partido y la fuerza con que meten la pierna para no perder la jugada es impresionante. Saben que se juega más que un partido. Saben que hay una historia de por medio. Que los titulares de los periódicos al día siguiente los mostrará ganadores o vencidos. Que todo el país hablará de ello. Que las tristezas por perder un partido de esta magnitud no se iguala a ningún otra tristeza. Saben que juegan con el sentimiento de la gente. Eso es lo que provoca más nerviosismo en la gente. Que otros pateen la posibilidad de sentirse ganadores o que los conviertan en perdedores. Por eso gritan. Ofenden. Lloran.
Al final del clásico hay muchas cosas que no se entienden. En este jugado el pasado domingo hubieron dos que me dejaron shockeado. Uno, que el grito de todos conforma una sola voz potente. Cuando la tribuna grita gol y los que gritan son más de veinte mil personas, se siente un escalofrío por todo el cuerpo; dos, que cuando el grito de gol es del oponente, es un vaciado de sensaciones amargas y de decepción. De querer cambiar las cosas pero no poder.
Da igual, todos sentimos lo mismo, los del frente, los de al lado. Es un sentimiento único que lleva a la gente a las canchas una y otra vez.
Resultado final del partido
Oriente Petrolero 2 - 3 Blooming
Resultado final del partido
Oriente Petrolero 2 - 3 Blooming
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