Santa Cruz, un
Paroxismo anillado.
La gente camina por
sus calles con una idea equivocada de lo que es santa cruz.
Vamos a tomar el pulso
a esta ciudad que está construida con el alma enlosetada, el corazón llenos de
baches, y con arterias tapadas.
Este muerto viviente
se mueve todos los días al ritmo de la locura. Sus pobladores arrancan pedazos
de piel a esta ciudad desgarrando el aire puro y convirtiéndolo en un hervidero
de mierda y pudor.
Adónde va tanto
plástico, tanto caucho desgastado, tirado en Normandía, pudriéndose en los
ríos, arañando las aceras con los fierros de los camiones que quedan chatarras
en los barrios alejados, como muertos de guerra, eliminados por el tiempo,
esparcidos como un Chernobil, contaminados por el tiempo, destruidos por la
desgracia.
Defino al hombre de
estos tiempos como un orate disfrazado de ropa usada y con las prendas
invertidas en lotes baldíos lejos de la ciudad, al borde de otros municipios,
arrogantes y yescas, preparan sus bolitos, indefensos de la cultura que los
atraviesa con lanzas de la inmigración continua, protegiendo su dialecto,
consumiendo sus diretes, administrando sus tiempos, dejando el acento traducido
a un camba colla, lejos de aquel que añoraba el tata, allá por la chiquitanía,
engrosando a los piltrafas que caídos en desgracias terminan debajo de los
puentes, en los canales de drenaje, cerca de la “U” o de los condominios que
pululan por sus cercas.
Esta ciudad se ha
convertido en parques y plazuelas, en módulos escolares, mamotretos de la
educación, gendarmería fascista embotada a patadas, recibe al abarrote que en
sus centímetros de puesto, defiende su vida ancestral de judío mezcla de indio.
Hay que entender a la
gente que vive en las empresas soñando que trabaja y la fiebre que le agarra de
soñar que lo botan, es peor que el delirio de los años acumulados en las
planillas de descuento y pagos asalariados, de quinquenios olvidados, de
vacaciones agotadas, de días faltados y primas pagadas. El trabajador de este
pueblo, cumple hasta 12 horas diarias explotadas, pero no por el jefe, que lo
contrata por despecho, sino, por su propia idiosincrasia, de pensar que el
dinero, solo viene por planilla y no por inversión o abandono de puesto.
De ahí nace la
corrupción, de los puestos mal habidos, de deseos frustrados, de enfermedades
nodrizas, de cambios de tiempo, de sensaciones ocultas, de dígitos menos o
cambio de ceros. Acá la gente, que se mira en el espejo negro de su celular
vencido, de marca y de tiempo. Solo se ve a través del precio de referencia,
acumulando frustraciones y venciendo fin de semanas, celebrando con los
colegas, el destino compartido.
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