Hace menos de un año la gente salió a las calles para protestar.
No pasaron más de 365 días para entender que el mundo se relativiza sobre todo en política. La gente sabe protestar pero no sabe hacer política. El único ejercicio que realizan cada dos o cuatro años es el de ir a votar y esperar las boca de urna para que anuncien que su voto todavía sin contar, ya dio ganador o perdedor a un candidato.
El díscolo pensante, se aproxima a la plaza a protestar, a gritar porque le han quitado su derecho a dudar, a mirar de cerca lo putrefacto que está el sistema y sobre todo, le han quitado el derecho a postular.
La estructura caminante de los partidos políticos o agrupaciones ciudadanas no son más que roperos que sirven para guardar ropas en desuso, de moda y una que otra mudada dominguera. Así se han convertido, simplemente en un vestidor de políticos que cruzan la calle de la ciudadanía para convertirse en ciudadanos electos. Cuando llegan al hemiciclo se concierten en una banda de rock que liderados por su jefe de bancada, dan conferencias de prensa y salivan los micrófonos en los set de televisión.
El díscolo pensante camina arrastrado por las noticias que arremeten contra el público con meta mensajes, creando burbujas sociales en las redes sociales y almacenando campanas que repican en las cámaras de eco. Ese hombre acaba de acceder al quinto nivel de inconciencia mediante la manipulación propagandística y accede a millones de datos dispuestos en consecuencia para que modifique su forma de pensar o en todo caso para que no piense.
El díscolo pensante se aprisiona ante la realidad de las cosas, lo meten en un ecosistema delirante e intoxicante. No lo dejan moverse con facilidad.
Así, puesto a dedo en un lugar encerrado entre cuatro paredes mira de nuevo como el dictador que sacó hace menos de un año, vuelve triunfante con la cara demacrada, herido de rabia y con la mente puesta en degollar a los díscolos pensantes.
Fin.
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