Inauguro el año tuitero, el mes vloguero, el 2020 de las redes sociales.
Hago frente a un diario seco de palabras, a siestas sin sueño, a camas sin
sexo, a velos sin caras, a cielos sin versos.
Estamos perdidos en la eternidad sin saber que va a pasar mañana. Estamos
tendidos en la estera del infinito sin siquiera mirar que tenemos un segundo de
vida para entender que nada pasa en vano.
Hace tiempo traté de contar una historia y no me fijaba ni en los mundos
ordinarios y en los especiales, no conocía el camino de regreso porque nunca
había salido a caminar. Hoy entiendo perfectamente que es lo que está pasando y
sin embargo siento que no pasa nada. Es medio Arjoniano (de Arjona el cantante)
el sentimiento, que sin Sabina las frases ya no tienen sentido, que el universo
conspira todavía me suena hueco y que las lágrimas se me caen porque mis
muertos están en la esquina a punto de dejar este mundo.
Soy lamento y soy alegría, soy tristeza y soy poesía. Son 21 días parado en
una rotonda, agarrados de una pitita salvadora. Soy el vecino que grita de
alegría cuando el dictador recita su renuncia. Soy alfarero que reside en
Cotoca. Guayabero sin guayabas, encendedor en manos de vaipero. Soy corriente
de un rio y mar de espacios estrechos en las avenidas. Soy un topo extranjero,
un marihuanero de poca monta, un fernetero en decadencia, una sílaba perdida en
mil palabras.
No hace falta que escriba algo que tenga sentido cuando los que te leen no
tienen el ritmo para leer cosas con sentido. Son Swiperos que pasan los
mensajes a menos que uno de ellos tenga un like que lo haga ruborizarse o por
lo menos sentirse tentado a creer que era enserio el guiño guiño del teclado.
Anoche reflexioné sobre estos tiempos, somos tan tiempo pasado más que
futuro. Somos cartas de tarot tiradas al despecho de las preguntas, soy “cartas
de espadas” atravesando el cuerpo de tus verdugos. Soy sospecha, soy mirada.
Retomo con ansias ese desafío de las 750 palabras por día, para adornar mis
memorias y refrescar este año nuevo, como el F5 de mi computadora que me lleva
a hacer menos control + zeta para corregir mis miedos más intrínsecos, anulando
las palabras serias y dejando las más divertidas.
Sé que ya no cuento con más destino que el que me deja en medio de la ruta,
que las deudas me tienen pisando las huellas que otros tantos han dejado. Solo
la tormenta del deseo va derramando un misterioso asfalto a cada paso dado.
2019 fue un año de lucha, de amarrarse los zapatos y de salir a caminar. De
mirar de frente al enemigo, de marcar los días perdidos y ponerlos en la
columna de ganados.
Y hoy me siento fundido, a esta ciudad que late y late, como un gran
corazón metido en un cuerpo inmenso, henchido de orgullo, satisfecho de su
gente, involucrado con sus mentes, irrespetuoso con sus detractores. Hoy todos
somos uno cuando nos agreden de repente, nos humillan desde lejos, nos gritan y
nos mienten. Sabemos que somos fuertes, enamorados de nuestra gente, sin vergüenza
de sentirnos parte ingrediente de este universo llamado ciudadano, vecino,
pariente.
No nos habíamos dado cuenta, que de tanto dar vueltas como la hormiguita
que se mete en la taza a buscar el azúcar en ese mar negro de tu café; así nos
decidimos ser más que metidos en conservar nuestra historia intacta, que nadie
lee y nadie debata, eso es otra cosa, pero de que los héroes están ahí, tirados
en nuestras rotondas, con el puño levantado y el rostro enardecido, no
significa que no haya pasado nada antes de que nosotros los residentes de esta
ciudad no hayamos vivido la resistencia.
Somos sangre chiquitana, mezcla de otras sangres, nativas y extranjeras,
pero somos más que un vientre pariendo libertad, somos un grito de pubertad. De
crecimiento, de alterados frente a los dictadores, de libertarios más que
encarcelados por las ideas. Somos un ente tan grande que cuando andamos como
las hormigas, trepadas en la cucharilla de la taza de café, no nos vemos como una amenaza gigante, pero
cuando todos nos unimos, aunque sea levantando la mano con la selfie apuntando
una protesta, somos invencibles de pura cepa, destructores de caudillos,
amasadores de sueños que no se pueden evitar cuando la fuerza nos une.
Gracias por el tiempo de permitirnos
decirnos que somos libres, aunque a veces nos encerremos en nuestro mismo
espejismo.
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