sábado, 22 de junio de 2019

SOBRE LEER Y ESCRIBIR


Estoy obligado a escribir todos los días, desde que mi profesora de primaria me enseñó con el librito Alma de Niño, a reconocer las palabras, leerlas y escribirlas.

Desde ese día la magia se encendió.

Un día de 5to de primaria, en el escritorio de mí hermana mayor, apareció un librito que titulaba: El Método Palmer, de escritura veloz. Lo abrí, tiernamente, reconocí los trazos que subían y bajaban en medio de un torbellino de trazos que giraban en dos rayas horizontales que medían el trazo. Ese día comencé a perfeccionar mi caligrafía. El esfuerzo tuvo recompensas, letras elegantes, trazos delineados, dibujando las palabras parecía que adquirían otro sentido.

Pero mi principal admiración comenzó cuando al llegar a primero intermedio, del sistema antiguo de educación, las letras se fueron combinando con números. El trinomio cuadrado perfecto aparecía en mis páginas de borrador. La elevación a la décima potencia sobre la letra “n”  o “x”, me llevaban a un mundo de ficción, que si bien me alegraba la imaginación, la pereza mental de esos tiempos y, la cancha de fútbol instalada al frente de mi casa, no me dejaba gobernar plenamente mi voluntad de estudiar.

Ajeno a esos disturbios estudiantiles, en una tarde de aburrimiento, descubrí el dibujo. Sentado en una banqueta en el centro de la sala de mi casa, dibujé a un Jesús con un cordero agazapado en su regazo. Mientras miraba el libro bíblico, repasaba cada una de las texturas de la portada y la trasladaba a una pieza de papel cuadriculado. Y esmerilé el lápiz y me sentencié por más de dos horas a dibujarle el rostro al barbudo que sujetaba a ese animalito, que entrelazado en sus brazos, complicaba la copia fiel del libro.

Leer, escribir, dibujar, pensar. Los números romanos me plantearon una hipótesis más radical. Pensar que ese imperio calculaba con ese sistema de números, me dejaba la gran intriga si realmente fueron un imperio de la sabiduría. Podría haber llegado al mil dibujando en una tarde los números en romano, pero la caricatura que se me hacía en la página en blanco no me atrajo.

Luego vino la taquigrafía y mecanografía, ese tecleo en máquinas de escribir era todo un desafío. Posar los dedos en las posiciones correctas para hacerlos trotar de manera tal que cuando parasen hayan escrito algo con sentido en la hoja de papel bond. El margen, el renglón, la barra espaciadora, la mayúscula, el carrete de cinta color rojo  y negro. Todo tenía una maquinación de fábrica moldeadora de ideas. Si te acercabas a mirar las puntas de los brazos donde estaban las letras y los números en metal, te sorprendía al ver que eran tan pequeñas, número 12 en tamaño arial. Todo fríamente calculado para escribir hasta el más mínimo detalle. Paréntesis, comillas, comas, punto aparte y seguido, dos puntos, el acento. Estaba en ese artefacto color blanco todas las palabras del universo, sometidos a un sistema exacto.

Pero hubo mucho tiempo, en mi crecimiento y desarrollo de niño a adolescente, que aprendida la lección lo demás era una tortura, entre ellos, escribir todo lo que el profesor o profesora copiaba en la pizarra. No había emoción reescribir en la hoja en blanco lo mismo que estaba en el texto que luego el docente pasaba a la pared negra con tiza blanca. Era como aprender algo tan maravilloso para después sentenciarte a desaprender que ese arte era hermoso. La tortura de escribir se volvió tediosa y, pasado los años, la juventud rebelde comenzó a menospreciarla, porque la habían convertido en un instrumento de esclavitud. Después del colegio, las tareas eran interminables: copiar de la página 3 hasta la 100; pasar del cuaderno de borrador al cuaderno de Deber, todos los apuntes dictados por el profesorado. Entrar a una especie de acalambramiento  de la mano para cumplir con la tarea diaria era ni más ni menos, que un sometimiento inhumano. Obviamente que eso se traducía en rebeldía, en incumplimientos y luego en desacato familiar estudiantil. Las primeras fases de un entumecimiento generacional a raíz de un método que nos sepultó a muchos.

Recurrentemente vuelve ese sueño/pesadilla por las noches, cuando con mis compañeros disfrutábamos esos momentos que la profesora se salía del aula para caminar los 50 metros hasta la dirección. El descalabro que se armaba cuando la cancerbero se retiraba para darse un respiro del mal olor de la clase por el calor insoportable de los meses de septiembre y octubre, que pringaban con tierra el sudor de las once de la mañana, justo cuando volvíamos del recreo para terminar de escribir el testamento de tarea que nos dejaban en la pizarra.

Tal vez, si la escritura y la lectura hubieran sido utilizadas de otra manera para educar y no para castigar, habría más gente interesada en mejorar la calidad de vida del estudiante y de las personas y, nos ahorraríamos millones de dólares en tizas malgastadas repintando letras muertas que sin el talento son como piedras frías en el camino.


viernes, 21 de junio de 2019

EL ANGLICISMO UNA GUERRA DECLARADA


Para mí la guerra siempre estuvo presente. Las muertes, mutilaciones y gritos de dolor. La sufrimos en la pantalla grande, chica y ahora small del celular.

Desde allí deben venir los anglicismos. War, fight, hit the ball mother fucker. Todo lo relacionado a la violencia exportado por algunos países como un predeterminado lenguaje de acción. Soy un bróker dice el agente.

¿Por qué el inglés logró ganar esa guerra poco a poco con la publicidad oculta en las series y películas exportadas hacia nuestro continente hispanohablante? Es una mutilación del idioma,  cada vez que entramos a la era de la comunicación y de la tecnología. Allí  hay términos que nacieron y se reproducen como virus que infectan el disco duro de nuestra realidad cultural.

“Soy community manager” dice el administrador de una página de Facebook. “Si, de mi Fan Page”, dice otro. “Estoy mudando mi oficina a un espacio de Co-Working”, asegura el otro, para llevar su escritorio a un edificio donde otros empresarios  comparten no solo el espacio de trabajo, sino el baño, la taza de café y el papel higiénico.

¿Pero donde está más enraizado el virus impuesto por el anglicismo territorial? Pues, en las mismísimas cabezas de los consumidores. Ellos están buscando una “party”, o una “Hot Sales” de una empresa que hará descuento por cambio de inventario, o “stock”.

Es una guerra contra el castellano, no contra el español  como dicen algunos.

Hablar  inglés no está mal y tal vez es la mejor opción para comunicarnos a nivel mundial. Es más fácil de aprender que el castellano o spanish como dicen los gringos.  Pero hablar spanglish como quieren bautizar al nuevo idioma, parece una derrota declarada después de la guerra anunciada.

“Vamos al Mall, tengo un baby Shower, ya llegó el delivery”. Acosados por términos que los usuarios del idioma madre dejan penetrar en sus oraciones de manera tan pasiva. No responden de manera agresiva ante semejante invasión y prefieren adaptar las palabras a su vocabulario.
Hasta la vista Baby” fue un cañonazo propio que la industria gringa  parece haber dado. Pero no, “Terminaitor” como lo nombran acá, venía como un caballo de troya.

Hay escritores cruceños como Giovanna Rivero  que han asimilado estas dos culturas en sus libros y, juegan adrede con esta invasión al idioma, de manera voluntaria, aplicando un estilo que dícese a priori al anglicismo, que es el arte de escribir como le dé la gana. Pero esta guerra declarada y asumida por la RAE debería ser de todos, dicen algunos, que ya han visto respuesta por parte de los defensores naturales del idioma castellano,  los ilustradísimos miembros de la Real Academia Española, que si no hubiera sido por Arturo Pérez-Reverte, no sabríamos que fueron o son hombres buenos.

Empezar a  creer que enriquecemos un idioma mezclándolo con otro puede tener grandes complicaciones en el futuro (si hubiese un emoticón en este paréntesis sería el de los ojos mirando hacia arriba tratando de entender esa frase) puede parecer muy apocalíptico proponerlo de esa manera  y, no creo que sea para tanto; pero sí para las memorias de las culturas, de los pueblos, las ciudades, las comunidades que usan el castellano como lengua madre, esa desconfiguración no se solucionan pulsando las teclas Ctrl+z .

Los pueblos que no conocen su historia o los errores cometidos en el pasado tienen la tendencia a repetirlos y esta invasión borra identidades que son códigos de programación en sociedades que vienen surgiendo de manera orgánica y que forman parte de ese  adn. Esa encriptación del idioma que protege la lectura y escritura de  muchas sociedades, puede ser dañada y expuestas a objetivos macabros, como bien lo muestra la película Real Player One, donde el diseño generado por la cultura pop recrea un mundo paralelo a la realidad como manera de escapismo social ante la inminente degradación de la realidad. *lo invito a que deje la lectura en este momento si no entiende la anterior acotación y piensa que está fuera de lugar; sí está fuera de lugar pero no puede evitar no ponerlo.

Vendrán más terminaitors, más temas de Daddy Yanky, a explotarnos el lenguaje, torturarán al “español”, pero nunca…nunca…nunca…derrotarán  la forma de hablar del lugareño. Ese espacio territorial metafísico inigualable vacunado contra los anglicismos, no sufrirá la deformación neoliberal, como dirían los socialistas anti imperialistas. O sino, pregúntenle al camba urbano que significa “Nelly, Nica, puej”; una deformación en bruto propia de la defensa selectiva del idioma transformada en auténtica piedra, como la bolivianita, o el “ahuringa” imperioso que significa: “en menos de lo que cante un gallo”.

Ese nivel de invasión, la guerra declarada, nunca  va  vencer a territorios como los propios del saber, donde nace y crece la cultura de un lugar: el empanizao, el majao, el tari; no serán reemplazados por ningún food truck, que venga por intermedio de un router o un wifi.

No habrá un “influencer” que influya jamás de los jamases  en nuestros decimes y diretes decimonónicos de nuestros interculturales. De esos nacidos en porongo o en la villa, en el Urubó “enclinicao” o en el San Juan de Dios. Esas mentes promiscuas nunca serán allanadas por el idioma extranjero sin antes no haber resistido como hacen los glóbulos blancos ante una amenaza infectante de bacterias en  un cuerpo vacunado.

The End

Diccionario:
  •      Anglicismo: Palabra, expresión o giro procedentes de la lengua inglesa que se usan en otro idioma.

"la palabra ‘software’ es un anglicismo en español; la construcción ‘estar siendo + participio’ es un anglicismo en español"

  •          Emoticon: Un emoticono o emoticón1​ (del acrónimo inglés emoticon) es una secuencia de caracteres ASCII que, en un principio, representaba una cara humana y expresaba una emoción. Posteriormente, fueron creándose otros emoticonos con significados muy diversos. Los emoticonos que expresan alegría u otras emociones positivas se clasifican normalmente como smileys (de smile, «sonrisa» en inglés).

  •          Camba: personaje oriundo de las tierras orientales de Bolivia; más propiamente dicho del que vive en Santa Cruz de la Sierra.