Ella
nacía todas las mañanas vestida de cholita camino al altar. Daba el amor
como quien da los mas sentidos pésames a los difuntos y a sus allegados,
por supuesto que no hay excusa para tal seudónimo
(…puta…) pero si para tal enfermedad llamada amor, en el montículo del estribillo daba por
sentado de que las miradas eran las mismas que pasaban al lado de ella sin pensarlo
dos veces. El claustro la había enfermado de
algo que se llama obsesión de cuartel. El miedo a la calle, el terror a la soledad,
la angustia de la debilidad y la razón perpetrada por abusadores pensamientos
que no la dejaban parir en ningún lado. El lamento era el siguiente: durante
las próximas mil horas, ella no estaba
permitida a mirar hombre mal sano ni
bien comido porque le podía hacer mal a las vírgenes de poca monta. Todo esto
pensando de que el más millonario de todos ofrezca más que el más millonario de
todos sin chistar y con la alegría de hombre que paga para ser feliz y hacer
feliz entre todas las mujeres a la más cara.
Yo le vi la sonrisa llena de dientes de plata y de oro, con su aliento a vino y cigarro de mala calaña, estremecía el cuarto menguante de la habitación que ciega a los cuerpos entre los cuerpos de la vida.
Yo le vi la sonrisa llena de dientes de plata y de oro, con su aliento a vino y cigarro de mala calaña, estremecía el cuarto menguante de la habitación que ciega a los cuerpos entre los cuerpos de la vida.
Yo la había visto antes, entrando
a la catedral por la puerta trasera. Cosa inusual porque solo los padres y la
gente de buena conciencia entran por ahí. Nadie más sabía sus secretos que el
sacerdote de turno que le tocaba en la garita celestial. A partir del mediodía salía
volando hacia su casa. Tomaba la línea setenta y uno que esperaba en las siete calles. Sus piernas siempre
fueron sensatas ya que arreciaban las
baldosas de las aceras y daban trancos cada vez más largos. Inusitadas miradas
chocaban contra su pelo castaño y largo. Piropos cuales más agresivos caían
desde las andamios de los edificios cerca del banco central. Todos se referían
a ella de alguna manera u otra. Ahí va la zorra. Ahí va el angelito. Ahí va la
mujer de mis sueños. Un día de esos que el sol se la daba por atormentar a
todos con sus rayos, un hombre de cuerpo robusto y cálida voz se le acercó y le
pidió que la acompañara. Era parte del servicio secreto del ministerio de
vigilancia y control social. La querían investigar, pero ella sintió que la querían
instigar a que haga algo tormentoso por su país. La llevaron al edificio más
cercano de la prefectura y la desnudaron sin decirle una sola palabra. Ella
quedó como al principio sin entender nada. Salía de un confesionario, caminaba
por la calle y se dejaba vejar por un desconocido que decía que era del
gobierno. No todo estaba perdido, según ella. Ya que esta vez el cargo de
conciencia no lo llevaba ella, lo llevaba el gobierno y el supuesto funcionario
de Estado.
Después de media hora de hacerle
preguntas, una tras otra. Le dijeron que tenía que vestirse porque alguien
importante del Estado mayor la quería conocer.
Te hemos vigilado durante mucho
tiempo, le dijeron. Sabemos quién eres, de dónde vienes y cuáles son tus propósitos.
Ella quedo atónita ante tanta información
que tenían sobre ella. Fecha de nacimiento, padre y madre, número de hermanos,
escuelita fiscal donde pasó los primeros
cursos en su infancia, primer novio y último, las materias que sobresalía en el
colegio y las que no. El dinero que había ganado los últimos cinco años, bien y
mal habidos, y su desfachatado gusto por las minifaldas y los escotes.
En menos de cinco minutos
entrará alguien por esa puerta y tu vida
cambiará, le dijo el agente secreto con voz de ángel pero cara de marsupial.
Ella pensó que eso ya lo había escuchado antes, en la iglesia, con la voz de un padre seductor cinco años mayor
que ella, que siempre le daba la bendición con la voz temblorosa y que nunca podía
mantener sus ojos afuera de su escote voraz.
En el tranquilo minuto que el
agente la dejó sola pensó en quitarse la
vida ya que no valdría la pena vivir ni
un segundo mas después de todo lo que le había pasado. Violación, abandono,
miseria, hambre, desmedro…pero al abrirse la puerta como si fuera una ilusión y
una profecía por cumplir, la del agente, entró con sigilosos movimiento alguien de alto rango
en el espectro político y nacional. Lo reconoció ni bien le estrechó la mirada y la sobrecogió en sus brazos.
Antes de sentir sus disculpas sintió
su aliento a café cocido y hierba mate mezclado con un tufillo a cigarro francés.
Ella lo miraba atónita sin entender que pasaba y lo único que pudo decir fue su
nombre. El de él.
SEÑOR VICEPRESIDENTE…balbuceo…lo
miró de frente y pudo entender de qué era lo que hablaba el agente que la
entrevistó, la auscultó y la examinó, centímetro
a centímetro, piel con piel.
No tengas miedo le dijo. Tu estas
aquí con un propósito, único y que hará que cambies tu vida.
De nuevo el flash back en la mente de la joven
secuestrada la llevó al conventillo
donde las confesiones las hacia pecando y arrepintiéndose.
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