Los últimos 10 años de su vida vivió preso de su enfermedad. No parecía, pero estaba confinado a una especie de cárcel hospitalaria. De los 72 a los 82.
Dardo Mendizábal había negociado con la vida que lo deje estar con su esposa el mayor tiempo posible. Un deseo que se le cumplió hasta el último minuto que se le concedió despedirse con la mirada mientras lo llevaban a emergencia del Hospital Obrero.
Entró a la sala de urgencias y luego a un espacio que se llama Trauma Shock, con una infección en la espalda por una escara profunda. Más de 10 meses postrado en la cama, le quitaron poco a poco el aliento hasta para hablar. No le gustaba verse así y cada vez que volvía del hospital, se sumergía en la tranquilidad que le daba estar con su esposa, mi madre.
Papá tenía la fortaleza de un oso. Le compusieron el corazón, le arrancaron la próstata, le vaciaron el baso, le dieron dientes nuevos, una que otra operación por hernia y otros males que le fueron dejando la vejez cortada en episodios largos encerrado en una pieza del hospital de la CNS.
Una vez lo escuché decir por teléfono a mi madre, un piropo en el dolor. Cuando le preguntaba si le dolía, él respondía, "solo tu ausencia". ¿Te duele algo? preguntaba ingenua Mamá.
Es difícil resumir la vida de alguien cuando ha formado parte de toda tu vida, pero no la de él. Hay algo que no voy a entender nunca: sus silencios largos, luego su charla corta. Supongo que tenía mucho para decir, o quería expresar más de lo que callaba. Era un boomer, un hombre nacido en un siglo de guerras y revoluciones. 1938.
Murió a las 3:45 am de un martes 23 de febrero en la sala trauma shock del hospital obrero 400 camas de la CNS. No murió de Covid-19, murió de cansancio, de esperar el turno de ir donde él sabía: Mamá cuenta que le decía: yo sé dónde voy a ir. No entiendo todavía esas clarividencias, visiones de un hombre que trabajó, amó y sembró vientos de tranquilidad en sus 7 hijos.