viernes, 23 de agosto de 2013

Beto: el basurero de Normandía

BETO: EL BASURERO DE NORMANDIA
El hombre que vive de lo que los demás botan

750palabras


Vivía escarbando la basura desde ya hacía mucho tiempo atrás, desde 1983 cuentan los que saben, desde los días en que el rio se puso bravo y se entró a la ciudad e inundó todo.

Las bolsas de basura eran su pasión, no podía ver una sin llevarse la mano a la boca para lamerse las babas. Era así: cuentan que tenía (tiene) una enfermedad; "un talento innato", explicaba una de sus vecinas, porque no cualquiera encuentra un paquete de dinero en fajos de cien tirado en pleno basurero.

Roberto tenía 15 años cuando descubrió el placer y el talento de ejercer el oficio de basurero. Desde aquel día sábado que se quedó escarbando en el basural que se había formado en la posa central del barrio; en vez de ir a jugar a la canchita como religiosamente hacíamos todos los muchachos de la zona.

La alcaldía, que entre otras necesidades, tenía que tapar el Curichi más famoso de la cuadra con lo que sea, no tuvo mejor idea que botar en el hueco semiprofundo de la laguna artificial, la basura que desechaban los vecinos de la ciudad: por esos años, el censo indicaba que no pasaban de los novecientos mil habitante en todo el esqueleto de la urbe. Ese día, el cielo estaba encapotado, el viento nos pegaba a la cara anunciando una lluvia de norte, y Roberto, dominado por un instinto que lo llevó a quedarse a escarbar entre la basura, encontró un tesoro escondido en la última volquetada de basura descargada.

El descubrimiento fue íntimo: cuenta que primero vio una bolsa negra, no le dio importancia, porque pensó que era carne podrida o papel de baño, porque el olor nauseabundo lo tenía; pero su voz interior lo hizo agarrarla, zarandearla, para ver caer, primero un billete, luego un fajo, y al final, abrir desesperadamente el cofre de plástico, para encontrar diez mil pesos. Salió corriendo directo a su casa, que no quedaba a más de dos cuadras, enloquecido volvió para verificar si no había más. A la semana estrenó bici, con llantas pantaneras BMX

Desde ese día, desde esa mañana, sentí que perdimos a un amigo, a un compañero de equipo, de cancha, porque Roberto, no volvió a ser el muchacho jocoso que se divertía jugando pelota con los pies descalzos.

Pasaron los años, y "Beto" como le decía su mamá, seguía encontrando cosas en el basural del barrio: Reloj, cadenas, llantas, cuadernos, libros de español - Guaraní, biblias, espejos rotos. Se dedicó al oficio a tiempo completo, sin pensarlo dos veces. Se levantaba  a las seis de la mañana, se cambiaba para ir al colegio, desayunaba, agarraba los cuadernos, y en vez de tomar la ruta para ir al establecimiento educativo, se dirigía directamente al basural del barrio, que cada vez era menos, porque el municipio había decidido limpiar el lugar.

La desesperación de Beto, al no tener el basural cerca de su casa, un basural como Dios manda, empezó a hurgar en las bolsas que sacaban los vecinos, que dejaban colgadas en las rejas de las casas, para que los perros no la muerdan y la escarben; pero él, al igual que los caballos y las vacas que pasaban por el barrio: con el hocico, la cabeza rumiante y las manos de Beto, deshacían la envoltura de mierda, desperdicios y cosas que no tenían arreglos.

Al poco tiempo, desde el concejo municipal, decidieron abrir un vertedero, lo llamaron Normandía, quedaba al sur este de la ciudad, entre el naciente sol y el plan 3000, proyecto de urbanización para gente afectada por el turbión. Beto al saber eso, agarró sus ropas y todos sus bártulos encontrados en la basura y, se fue a vivir con los Suchas que comenzaron a pulular por el lugar. Fue el primero en llegar al barrio, cuentan los vecinos de Paurito, pueblo aledaño, no había ni avenida cuando él llegó con el primer camión de basura. Dicen los que lo vieron arribar: lucía  como capitán de un barco pirata desembarcando a una isla desierta solo para él,  con la frente en alto, levantando la nariz, aspirando el aire que emanaban los camiones.


Se volvió un experto: cada día se revolvía la basura de un barrio completo. Luego los clasificó por distrito; decía: a mí me gusta mucho la basura que llega del distrito 5, donde viven los nuevos riquitos de la ciudad, los de Equipetrol, encuentras manjares entre sus bolsas de supermercado, zapatos de medios uso, y alijos de coca metidos en ceniceros Árabes; los que no tienen nada bueno, pero de vez en cuando traen alguna sorpresa, son las basuras que traen del distrito 9, se nota que por esa zona son pobres, sus bolsas de basura son menores y cada vez que escarbo encuentro botellas de cerveza quebradas, bolsas de azúcar llenas de mierda y juguetes hechos a mano, trompos y bicu bicu destruidos.

Los del distrito 11, son los más agradables, casi siempre, la basura viene con helados un poco derretidos, despedazados por mitades y con uno que otro televisor en blanco y negro “arreglable”, periódicos, revistas y cajetillas de cigarrillos rubios.

Cada día era una sorpresa para Beto, que decidió vivir entre los escombros,  entre los deshechos de los demás y la esperanza de encontrar, de nuevo, otra bolsa llena de fajos de billetes rojos de a cien.


Normandía - Vertedero municipal
Santa Cruz de la Sierra


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